El 29 de septiembre de 1900 los periódicos de Málaga anunciaron con grandes titulares y amplio espacio informativo la inauguración de un alto horno en las instalaciones de la antigua ferrería de Heredia. El tratamiento informativo estaba justificado. Se asistía al reflotamiento de una empresa señera del siglo XIX. Nacida en los años treinta, La Constancia, que así se había llamado el establecimiento siderúrgico, ocupó lugares de honor en los comienzos de la industrialización española colocándose a la cabeza de la producción nacional de hierros durante un cuarto de siglo. En los años sesenta, inició un declive incontenible debido a los altos precios del carbón mineral. Los costes de producción, mucho más elevados que en las fábricas del norte peninsular, hacían imposible la competencia. El cierre de la empresa se hubiera producido en los años finales del siglo, a no ser por el empeño de los herederos de Manuel Agustín Heredia, el fundador de la empresa, que consiguieron interesar en el negocio al grupo Bonehill, grandes empresarios de la cuenca de Charleroi, en Bélgica. El acuerdo llegó en 1899 y se plasmó en la creación de la sociedad anónima «Altos hornos, fundiciones de hierros y acerías de Málaga», escriturada en Bruselas el 10 de mayo de 1899, con sede social en Marchienne-au-Pont y domicilio administrativo y de explotación en Málaga.

Con presencia de las autoridades locales y provinciales, el acto inaugural dio comienzo con una ceremonia religiosa, seguida de un recorrido por las instalaciones, con subida en ascensor hasta la «corona férrea» del alto horno, en la que ondeaban las banderas española y belga. Un momento especial fue el encendido del horno por parte del hijo de Agustín Heredia Grund, fallecido en 1898, persona clave en las negociaciones para la creación de la nueva empresa, a quien se quiso rendir homenaje de esta forma. El acto terminó con un lunch servido en las dependencias del director y brindis por la prosperidad de la empresa, lo que significaría también prosperidad para Málaga.

El nuevo horno, cuya construcción exigió una fuerte inversión, tenía 24,50 m. de altura y 6 de diámetro máximo y era capaz de producir 120 toneladas de hierro diarias; su suministro estaba asegurado con el coke procedente de Belmez y el mineral de Casariche y Badolatosa (Sevilla).

Las cifras de producción correspondientes a los primeros años de actividad indican unos comienzos vigorosos: en 1902 la producción de hierro colado ascendió a 34.789 toneladas y la de hierro pudelado a 4.290, cifras modestas comparadas con las de Altos Hornos de Vizcaya, pero muy cercanas a las de las fábricas asturianas. En hierro pudelado la producción de Málaga en las mismas fechas fue de 4.290 y 4.653 toneladas respectivamente; cifras equivalentes a la mitad de la producción de Mieres o Duro-Felguera.

Sin embargo, la prosperidad duró poco tiempo. El año 1903 se saldó con beneficios pero muy escasos. La situación de la empresa era ya poco halagüeña.

Un terrible accidente ocurrido en mayo de 1904 parecía presagiar los malos momentos que se aproximaban. Ocurrió el día 19 a las cinco de la tarde. Siete obreros y un capataz estaban trabajando en el alto horno cuando se produjo una explosión que causó alarma en toda la ciudad. Al parecer se hundió una campana del mecanismo para cargar el mineral y combustible y quedó obstruida una tubería de salida de gases, lo que provocó la explosión. El resultado fue un obrero muerto y siete heridos. El trágico suceso tuvo amplio eco en la presa nacional (La Época, El Imparcial, El Siglo Futuro, entre otros) y desde luego la prensa local. La Unión Mercantil publicó el 21 de mayo un amplio reportaje sobre el entierro del obrero fallecido, Juan López Navarro, natural de Lucena; sepelio al que asistieron centenares de obreros, el director de la empresa y las autoridades de Málaga. Algún periódico recordó entonces que el rey Alfonso XIII había visitado la fábrica un mes antes, presenciando el funcionamiento del alto horno.

1906 fue un año de pérdidas para la empresa. El consejo de administración aprobó una operación financiera consistente en disminuir el valor nominal de las acciones y crear nuevas para aumentar el capital y hacer frente a las deudas, pero no dio resultados. El cierre no se hizo esperar. En mayo de 1907 cesó la actividad productiva.

En el corto plazo de siete años, la apuesta de los industriales y capitalistas belgas por la continuidad de la ferrería de Heredia se vio abocada al fracaso. Una crisis de superproducción, fruto de un desmesurado crecimiento de la oferta de productos férricos, y una estrategia de mercado puesta en marcha por las grandes empresas vascas para eliminar la competencia de las fábricas de menor tamaño tuvieron efectos inmediatos en la factoría malagueña que se vio incapaz de responder al reto. (A. Parejo).

Con el fracaso de la operación de reflotamiento, parecía que había llegado el final de la empresa decana del sector siderúrgico en España. Sin embargo, no fue así. La Primera Guerra Mundial, con su enorme demanda de acero para la industria militar, le daría una nueva oportunidad. El cierre definitivo se produjo en 1924.