Podemos ha entrado en un letargo veraniego, en una atonía parlamentaria que dista mucho de la actividad febril con la que irrumpió en el Congreso en la fallida legislatura pasada. En ese corto tiempo político, apenas cuatro meses, los 69 diputados llegaron a presentar más de medio millar de iniciativas, sin tomarse siquiera el respiro de los principiantes.

La pérdida de un millón de votos y el fracaso de su expectativa electoral de convertirse en cabeza de la izquierda y medirse de tú a tú con el PP sumió a la formación que lidera Pablo Iglesias en el desconcierto. El análisis interno de las razones de ese encumbramiento fallido se cerró sin delimitar responsabilidades y con una sola coincidencia: Podemos está obligado a cambiar si quiere superar el techo de representación que le marcan dos elecciones consecutivas. Esa transición entre el movimiento que fue en origen y el partido en que ha de transformarse para alcanzar su madurez política fue descrito de formas dispares. Pablo Iglesias lo ve como la conversión de los partisanos en un ejército regular. El segundo de la formación, Íñigo Errejón, prefiere los términos biológicos a los bélicos y defiende que el proceso ha de ser una mutación, en la que la épica con la que jalearon un ascenso de vértigo en apenas dos años deje paso a un trabajo político, allí donde tienen representación, de corte distinto al de los partidos clásicos. Errejón, que propone borrar la dicotomía entre la acción en la calle y las instituciones, el futuro éxito de Podemos depende de generar confianza en aquellos electores que les miran con simpatía pero a los que no ofrecen las suficientes garantías para atraer el voto.

La incertidumbre sobre la legislatura justifica, según el partido, la ausencia de iniciativas Con la incógnita sobre su forma futura abierta, a la espera de los congresos programados para el año próximo, Podemos inició la legislatura en un cierto estado de confusión, agravado por la pérdida de protagonismo político, en una coyuntura en la que todo gira en torno a la capacidad de Mariano Rajoy para conseguir de nuevo la investidura como presidente del Gobierno.

El intento fallido de Pablo Iglesias de aupar a Xavier Domenech a la presidencia del Congreso con el apoyo de los grupos catalanes fue, hasta hoy, el último ramalazo de quien siempre fió el éxito de sus iniciativa a coger por sorpresa no sólo al adversario sino también a sus potenciales aliados. Más allá de ese momento apenas hay actividad parlamentaria en el grupo de Podemos.

La incertidumbre sobre el desarrollo de la legislatura justifica, según la formación, su total ausencia de propuestas, después de tener constancia de la inutilidad de su trabajo con el naufragio de la legislatura pasada. En un escenario de negociaciones entre el PP y Ciudadanos, con la duda sobre qué harán los socialistas si se consuma enlace, los dirigentes de Podemos asumen que son un actor secundario a la espera de lo que venga.

Mientras, la formación ha entrado en un proceso de autoevaluación encaminado a testar cuánta vida interior queda. De los círculos, que fueron su germen y su innovación frente al resto de formaciones políticas, apenas queda rastro. La afiliación ha seguido un camino similar. Los casi 400.000 inscritos que llegaron a registrar se redujeron a un censo de 180.000 usuarios activos en las última consultas internas. Y ello con el criterio laxo de considerar «activos» a todos aquellos que hubieran entrado al menos una vez en el último año en su cuenta del partido.

Como contrapartida a esa merma, Podemos tiene garantizada la vida orgánica que supone sustentar a sus numerosos representantes institucionales, entre ellos sus 71 diputados.

El proceso de recomposición interna coincide con dos citas con las urnas inminentes, las elecciones vascas y gallegas del 25 de septiembre. Podemos encara las convocatorias con dos perspectivas muy distintas. En Galicia hay un distanciamiento abierto de las «mareas», una de sus principales confluencias ahora embarcada en la búsqueda de otra forma organizativa. La expectativa es más halagüeña en el País Vasco, donde Podemos puede convertirse en segunda fuerza a costa del hundimiento de EH-Bildu.