Nuestro implacable refranero advierte de que no se puede decir «de este agua no beberé» ni «este cura no es mi padre». Los ingleses vienen a expresar más o menos lo mismo con su célebre never say never again, popularizado porque dio título a una película de James Bond. Y así, más o menos, todas las culturas tienen una frase que recomienda morderse la lengua antes de jurar que no haremos lo que acabaremos haciendo, tal y como le viene sucediendo a Albert Rivera en estos días aciagos.

Después de ver cómo el líder de Ciudadanos ha pasado del «nunca jamás» al apoyo a un gobierno de Rajoy, al «bueno, tal vez sí», me he acordado de cuando Napoleón, que estaba desterrado en la isla de Elba, se escapó y comenzó su marcha hacia París, y del hermoso haz de titulares con que durante el mes de marzo de 1815 el periódico francés El Monitor fue cambiando «sutilmente» su línea editorial. La secuencia, paso a paso, fue: «El Monstruo se escapó de su destierro». «El Tigre se ha mostrado en el terreno. Las tropas avanzan para detener por todos lados su progreso». «El Tirano está ahora en Lyon. Cunde el temor en las calles por su aparición». «El Usurpador está a sesenta horas de marcha de la capital». «Bonaparte avanza con marcha forzada». «Napoleón llegará a los muros de París mañana». «El Emperador está en Fontainebleau». «Su majestad el Emperador hizo su entrada pública y llegó a las Tullerias. Nada puede exceder la alegría universal ¡Viva el Imperio!».

Las palabras suelen ser una comida muy indigesta, pero casi siempre acabamos tragándonos algunas a lo largo de nuestra vida, por eso convendría utilizar con mucha precaución aquellas que tienen más aristas. «Tantas letras tiene un no como un sí», dice Cervantes en el capítulo de los condenados a galeras del Quijote (que quizás sea el veintidós de la primera parte, pero no me voy a levantar ahora a comprobarlo), y acaso por ello para algunos no resulte tan difícil cambiar de uno a otro cuando no han tenido la precaución de quedarse en un terreno más ambiguo.

Cambiar de opinión es muy saludable y un síntoma inequívoco de inteligencia. Siempre he desconfiado de las personas que nunca ponen en dudas sus certezas, porque es la antesala del fanatismo, y prefiero a quienes están dispuestos siempre a dejarse convencer si los argumentos son buenos. Pero los drásticos giros de timón resultan de lo más sospechoso. Pasar de «el Monstruo» a «su majestad el Emperador» no es mudar de opinión, es mudar de chaqueta.