En el parque, un hombre alza una comba mojada de agua jabonosa, y el aire se llena de pompas, que emprenden el vuelo. Los niños más pequeños, fascinados por el prodigio, se lanzan tras ellas, dando grititos de entusiasmo. Los mayores, en un segundo plano, fingen festejar la inocencia de los niños, aunque en el fondo les seduce ver las pompas nacer y volar. Un poco más allá dos personas juegan con sus perros, haciendo rodar una pelota amarilla, por la que pujan los canes, hasta que uno se hace con aquella y la deja entre sus patas, en actitud de reto. Los amos de los perros celebran, divertidos, la inocencia de los animales, en su pugna por la pelotita. El observador, por su parte, se vanagloria de ponerse fuera de ambas escenas, describirlas y sugerir que dan cuenta de la vida humana, sus pompas, sus luchas y sus ilusiones. Pero es sólo el infeliz que sostiene el espejo.