¿Quieren hechos? No se preocupen, pueden elegir leerlos en varias versiones, incluso aquellos que jamás se han producido. Cada cual tiene los suyos. Facebook los agrupa casi todos. Puesta en marcha en 2004, la poderosa red social cuenta con alrededor de 1.600 millones de usuarios activos en todo en el mundo y se ha convertido en la plataforma dominante para encontrar noticias en internet. Todas, absolutamente todas las noticias: las que tienen que ver con lo que está sucediendo y las que se refieren a cosas absolutamente inexistentes. Los editores de los periódicos del planeta alimentan a la bestia sin garantías de control sobre los contenidos que se consumen: una vez que desaparecen en las fauces algorítmicas se convierten en mero forraje de los cálculos del gigante.

La falsedad es materia altamente reciclable: siempre se han imprimido inexactitudes, hechos poco testados y bulos, en la prensa tradicional. Sin embargo en la era digital resulta más fácil que nunca publicar información falsa, que rápidamente se comparte y difunde como si se tratará de la realidad. Katharine Viner, directora de The Guardian, volvía a activar no hace mucho todas las alarmas para advertir sobre las alteraciones de la verdad a raíz del cambio tecnológico en los medios de comunicación. Se servía de un ejemplo entre muchos. En noviembre de 2015, como consecuencia de los ataques terroristas en París, los rumores de que el Louvre y el Centro Pompidou habían sido gravemente golpeados se extendieron rápidamente en las redes sociales, al mismo tiempo que François Hollande había sufrido un accidente cerebrovascular. Nunca sucedió. Cuando los hechos empiezan a parecerles a los lectores asumibles o sienten que pueden ser ciertos, no es fácil separar la paja del trigo. Lo que es falso de lo verdadero. No se trata de mentiras estratosféricas o increíbles sino de bulos «razonables» malintencionados o fruto de la banalidad.

Entre los más extendidos en internet se encuentra el de Marwan, el niño que caminaba solo: la historia de un pequeño que supuestamente había tenido que cruzar el desierto solo en medio de la guerra tras perder a sus padres. El relato, enternecedor, se convirtió en un fenómeno viral. Todo empezó con el tuit de una periodista y terminó con media humanidad compartiendo la fotografía en la que se veía al niño andando como si se hallara completamente abandonado. La realidad era muy distinta: viajaba con un gran grupo de refugiados, entre los que se encontraba también su familia, como se encargó de demostrar una foto posterior.

¿Puede el periodismo seguir prestando un servicio a la verdad en medio del estruendo digital? ¿La verdad importa realmente? ¿O simplemente se trata de estar en contacto con los hechos después de haberlos retorcido suficientemente para difundir lo que presumiblemente el consumidor espera leer? Viner ponía como ejemplo las consecuencias de la manipulación informativa en el Brexit. Cameron, tras haber sido vituperado en el Daily Mail y las redes sociales por participar supuestamente en una extravagante ceremonia con un cerdo muerto durante su etapa de formación en Oxford, anunciaría pocos meses después su renuncia con motivo de la salida británica de la Unión Europea. Lo hizo con unas palabras que vinieron a expresar justamente lo contrario de lo que ocurrió: «No puede haber ninguna duda sobre el resultado después de lo que se dijo acerca de esta importante decisión». Nonsense, un disparate. Ni los ganadores del referéndum, que apoyaron irse, manejaban un plan de cómo abandonar a sus socios europeos, ni las reivindicaciones de la campaña que condujeron a la victoria tenían en qué sustentarse. Los primeros, entre ellos el líder del UKIP, Nigel Farage, empezaron inmediatamente a desdecirse de sus principales promesas económicas. También reconocieron que una de las demandas clave, la inmigración, no era probablemente fácil de reducir. Para la directora de The Guardian fue la primera votación importante de una era post-verdad que amenaza con destruir la importancia del hecho en la información.

No era una novedad que los políticos hubiesen incumplido lo que prometieron a los electores, pero sí la primera vez que admitían sus falsedades a la mañana siguiente de la victoria en las urnas. Durante la larga campaña de la consulta sobre Europa la prensa seria no había podido jugar un papel decisivo en desmontar las mentiras. Lo que, en cambio, hicieron las redes sociales, con la importante colaboración del Daily Mail, fue precisamente contribuir a enfangar los hechos.

Ellos, el Mail y las redes, eran el poder confabulado contra la verdad. El teórico político Steven Lukes escribió que el poder se distingue por su capacidad de obligar a la gente a hacer lo que no quiere, por la misma potestad para que deje de ocuparse de lo que desea, y por tratar de moldear su manera de pensar. Pongamos en una coctelera el nuevo amarillismo y los algoritmos que impulsan la información: obtendremos un resultado descorazonador.