Tengo un barco fantasma delante de casa. Duerme de día y de noche entre la canción azul de la marea y el viento que lo mece de poniente a levante. No tiene bandera bajo la que acoger su rumbo ni matrícula que registre su descanso en un puerto entre susurros de otros barcos. Tampoco conozco su nombre femenino bautizado con vino o champagne contra su casco. La vieja costumbre griega a favor de Neptuno que los romanos copiaron para satisfacer a Poseidón, y al mar al que ofrendaban una copa de oro a favor de un viaje sin resaca. También los vikingos practicaban el ritual pero utilizando la sangre de su prisioneros. Ignoro si en su cubierta desierta brindan los espectros que fueron sus marineros naufragados en una tormenta perfecta. O si un capitán holandés repite cada noche un jaque en tablas con el diablo que le cambió el destino por la sirena de un tatuaje. Una o dos luces, me resulta difícil precisarlo, cojean en su interior cuando la noche es más ciega. Igual que una caricia contra la soledad y su náusea, hasta borrarse lentamente del todo.

Lo vigilo desde que apareció un amanecer de repente. Lo habitual en el horizonte que abarco desde mi terraza es intuir a lo lejos una navegación iluminada o un perfil brumoso a la hora inglesa del mar. Sucede con el Koningsdam, el Aidacara, el Corinthian, el National Geographic Orión entre otros que llegan a Málaga. Lo mismo ocurre con el Melillero que a su marcha levanta la última ola traviesa de la tarde raptando la insolación de zapatillas y toallas. Y más aún con The Oasis of the Seas que más que un crucero es una urbanización de lujo con techo cristalizado. Unos se hacen ver y sentir por sus muchos metros de eslora y de manga, otros porque contratan un castillo de fuegos artificiales que agita su despedida sobre popa. En cambio, este barco, surgió al despejarse la niebla baja de un levante con lengua larga. Un ángel desembarcado del cielo o una nave abisal emergida en apnea. Ahora es una postal oxidándose a diario. Su reino es el Paseo Marítimo desde el que la gente lo sospecha y lo pregunta. Los vecinos se han acostumbrado a contemplarlo sentados en la terrazas del café con el que embarcarse en la mañana, en la tregua 24 grados nieve de la cerveza del mediodía, a pie por el paseo en el que cada vez es más difícil evitar que no te atropelle una bicicleta, y desde la cristalera de un pequeño gimnasio también abandonado al mediterráneo.

Nadie sabe si el barco espera una cita de película pirata, si aguarda un tráfico de mercancías sin resolver -en un puerto que ha sido el que más ha crecido en el primer semestre de este año, con un 44,5% y aumentando su volumen de tráfico hasta 1.386.721 toneladas, según los datos de Puertos del Estado- o si ha elegido la bahía para desfallecer entre el rescoldo de las olas y la lepra de su casco. No contestan en Capitanía Marítima acerca de los despachos ni de los registro de buques. Comunicar no es algo habitual entre los gobernadores náuticos de este enclave mediterráneo.

En España los barcos se abandonan en los puertos deportivos. Lo mismo que los ancianos en geriátricos, los fuegos en los oasis de pinsapos y que alguna que otra amiga en una gasolinera de relatos de carretera. Hay unas 4.500 embarcaciones de más de 4,5 metros de eslora y otras 12.000 naves de mayor tamaño, según la Asociación Nacional de Empresas Náuticas, víctimas de la crisis. Los armadores se desentienden de sus barcos y desaparecen cuando su valor es inferior a la cuantía de las deudas contraídas. El pasado año la Bahía de Algeciras puso fin a la permanencia de los barcos Boughaz, Banassa, Al Mansour e Ibn Batuta de Comarit y Company Ferry que llevaban cuatro años abandonados. También en sus muelles, el pasado año, el buque cementero Ocean Sparkle, con bandera Indonesia y armador de Jordania, se quedó fondeado. A bordo, los 34 marineros de siete nacionalidades distintas con su capitán a la cabeza llevaban sin cobrar diez salarios y estaban amenazados por dos órdenes de embargo. La Capitanía Marítima de Algeciras decidió retenerlo.

La existencia de embarcaciones abandonadas en las zonas de servicio de los puertos supone un riesgo para la seguridad de la navegación y el medio ambiente. Según la Federación Española de Asociaciones de Puertos Deportivos y Turísticos, la situación empeorará en los próximos años. Una parte importante de la flota superará los 25 años de antigüedad. Una edad que en la mayoría de modelos coincide con el fin de su vida útil. Esto implica que cada ejercicioEl sector reclama una regulación ágil que permita a los gestores de la náutica deportiva El Gobierno debe remitir a las Cortes Generales un proyecto de ley para regular su abandono. Dar respuesta a los problemas es lento. No es extraño quede barcos sin destino. Andalucía llevó a cabo el pasado verano la venta de 33 barcos abandonados durante los últimos años en siete puertos autonómicos gestionados directamente por la Agencia Pública de Puertos de Andalucía. El precio de salida oscilaba entre los 500 y los 25.000 euros, en función de la eslora de cada embarcación y del estado de deterioro que presentan.

La vida de un barco no merece una defunción administrativa. Lo suyo es un final romántico. Su naufragio a solas y hacia lo hondo de las aguas o su metamorfosis en la leyenda que cada lobo de mar fabule a sus anchas. También cuenta lo que narren la mirada de los fotógrafos cazadores de embarcaciones varadas en un tiempo sin oleaje o los poetas que gustan de los corazones para el desguace. Son los casos de la nave contrabandista aislada en la playa del Náufrago en Zakynthos o el del Ayrfield, heroico en su función de desembarcar soldados en las batallas de la Segunda Guerra Mundial y que después de enviarse en los años 70 al santuario de los barcos, cerca del puerto Olímpico de Sidney para los Juegos de 2000, se convirtió en un hermoso bosque flotante. Los dos son actualmente una atracción turística. Más solos en su deriva, pero también más envueltos por la magia, se encuentran el Circle Line V construido en 1902 en Wilmington y encontrado en 1984 sobre las aguas del rio Ohio -cerca de Lawrenceburg (Kentucky)- que lo encantaron en un fantasma verde de 112 años, o El Holandés errante que después de ser abandonado por el último marinero en el puerto griego de Gythio fue raptado por el viento hacia una travesía por aguas poco profundas donde definitivamente encalló su cuaderno de bitácora. Lo mismo que el crucero La Estrella de América, crucero galante que dejó de bailar las olas a finales de los ochenta en un puerto canario. Muchos más se reparten su historia entre el santuario de la bahía de Mellow donde una flota fantasma navega lentamente por la eternidad en u espejismo de agua, y la roja bahía mauritana de Noudhibou, el cementerio de barcos más grande del mundo.

Son los juguetes con los que el viejo dios del viento se recuerda navegante y adversario, y a los que a veces les sopla un desmayo suave bajo las aguas o un destino con misterio. Anoche pensé que a mi barco fantasma iba a indultarlo bajo los fuegos de la feria de Málaga. Puede que sea mañana cuando suceda.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

www.guillermobusutil.es