Solo hay algo tan hermoso como la mar quieta: la mar bravía. Cuando Eolo y sus otredades duermen, la mar se vuelve queda y se calla y se acurruca en brazos de la tierra que, amorosa, la acuna y la protege. Cuando Eolo duerme, Bóreas, Noto, Euro y Céfiro, también duermen, y la mar, que es empática con los vientos, aprovecha para explicitar la paz y el sosiego y la tregua y el reposo. La mar quieta es Naturaleza en estado puro. Y la mar bravía también, porque cuando Eolo y sus chicos despiertan de mal humor, la mar empatiza con ellos y se vuelve feroz y bravía e impone su indubitable poder, y toma todas las tierras que la circundan, y las invade y las posee y las hace suyas€

Eolo, que es cuadripolar, demuestra su dulzura y/o su hosquedad convertido en Bóreas, para soplar del Norte; en Noto, para soplar del Sur; en Euro, para soplar del Este, y en Céfiro, para soplar del Oeste. Cuando Eolo, personalizado en cualquiera de sus otredades, sopla, con su aliento preña a la mar, de olas, para que la mar las alumbre al llegar a tierra. Y la mar, asistida por los vientos, las pare en la misma orilla, ora al arrullo del viento amigo, ora con el brío propio de los vientos recios con los que la Naturaleza preserva sus cosas.

La Naturaleza, con ene mayúscula, siempre es un regalo. La otra naturaleza, la que obedece a la fineza de las más sensibles intenciones del hombre y/o a sus más groseras manazas, no siempre lo es. Últimamente, casi nunca.

Recuerdo nítidamente cómo, desde niño, cuando veía a aquellos turistas que aún no eran turistas, sino forasteros, los relacionaba con los vientos y las olas que venían de allende el terruño. El turismo, el forasterismo más bien, entonces, y los vientos y las olas, en mi percepción siempre compartieron espacios. Y aunque no puedo explicarme cómo supe conectarlos entonces, siendo un niño, a medida que los forasteros fueron cediendo su sitio a los turistas fui enhebrando y explicándome la metáfora. Y hasta hoy...

Dependiendo de dónde y cómo soplaron los vientos, así y de allí fueron llegando nuestros consumidores-turistas. Y sus llegadas, como las de las olas, fueron dibujado sus crestas y sus valles, y la influencia de las crestas y los valles en un caso las expresamos en metros, y en el otro en estancias y en tiempo. A más ancha y más profunda fuera la representación gráfica de sus valles, y más estrecha y menos alta la de sus crestas, mayores las verraqueras y los lamentos y los preces a los dioses y los gritos de auxilio y la parálisis autónoma individual. Cuando la temporada alta no fue tan alta y duró poco, y la temporada baja fue muy baja y duró mucho: el club de los plañideros... O sea, todos a una, como los mellarienses de Lope, repartiendo la responsabilidad de la solución hacia afuera del yo mismo de cada uno. ¡Que alguien haga algoooo€! Tal que así, chispa más o chispa menos.

Y hasta ahí -no más lejos- llegamos los listillos del lugar, que somos los que interpretamos que nuestro mejor quehacer consiste en vigilar las olas para intentar mantenernos en sus crestas el mayor tiempo posible. Con la perspectiva del tiempo pareciere que nuestra vocación ad æternum fuera la de, por la mañana, ser surfistas que corren las olas encaramados en sus majestuosas crestas, y, por la tarde, sesudos ingenieros dedicados a fabricar más y más orillas en las que quepan más y más olas y quepamos más y más surfistas... Aunque nos vaya la marcha, ahora, que es tiempo de vacas gordas, toca poner orden, de una vez. Y la cosa empieza por usted, Consejero Fernández Hernández:

Los vientos, nuestro objetivo son los vientos, no las olas, ni los mares que las dan a luz en la orilla. Eolo y sus otredades acólitas, Bóreas, Noto, Euro y Céfiro, son nuestro objetivo. Nuestra obligación es conocer los vientos y aliarnos con ellos para establecer los rumbos y los tiempos de la flota, no localizar las olas para, a salto de mata, surfearlas hasta la orilla, que es lo que venimos haciendo.

Consejero, los mares y sus orillas, y las olas, y los vientos, ahora son otros, y toca lo que toca...