Vuelves del cementerio. Luego vas a la Feria. Como casi siempre, la visita al tanatorio no la tenías prevista. En la Feria sí habías quedado. No se suele quedar con la muerte, aunque le suele cabrear quedarse esperándonos y a veces se venga y viene a llevarnos con ella. Por qué, si no es por eso, se lleva a gente estupenda como Pedro, el hermano de mi amigo Mario de siempre, tras luchar sin perder la sonrisa para ahora morirse con cincuenta y pocos. Se ha ido Pedro y por él nos reconocemos aquellos que fuimos amigos jóvenes del instituto ya mayores, yo más cano y algún otro más calvo€

En la Feria con mi niño pido un agua del tiempo. «Es para él», le digo al camarero de una caseta, que le ve alegre y sudoroso tras tanto cacharrito. Es la quinta agua fría, de apariencia congelada por la opacidad del envase que produce la condensación de la cámara frigorífica, que me traen en tres días de Feria. La anécdota puede parecer un estrambote viniendo del cementerio. Lo sé (ya lo comprendo casi todo con la barba cana y otro amigo menos). Pero resisto en mi pequeña creencia de que sólo con esa no resignación cotidiana no ayudaremos a empeorar las cosas. Seguiré sin admitir en el desayuno una tostada quemada por los bordes, negra por la prisa de servir muchas y muy rápido al máximo fuego en la plancha y no tostadas en una tostadora. A veces se ríen por que sea tan delicado a la hora de exigir lo mínimo.

Sé que la «pelona» me espera, como a todos, y aunque uno prefiere creer que, por lo menos, no vendrá antes de que mi hijo sea un hombre, esa certeza mortal me hace no sólo tomar decisiones profundas, cargadas de existencialismo en algún caso, también no apoyar con mi silencio resignado ni con mi elección a persona, firma o local alguno que no me trate con respeto y me use como un mero estorbo imprescindible para ganar algo o mucho dinero. Busco a quien me aporte ese valor añadido que nos hace mejores cuando trabajamos (en un trabajo de mierda o digno) y cuando somos objeto y sujeto de ese trabajo: proveedores, clientes, usuarios, pacientes, etc€

Por eso, cuando ayer íbamos a la playa y paramos a comer algo en una terraza de la costa oriental, mucho menos masificada que la del otro lado en Málaga, y nos miraron con mala cara sólo por el hecho de que nos tuvieran que montar una mesa, empecé a rebelarme. Y, por eso, cuando vimos cómo echaban con la mano a una freidora con aceite ennegrecido un puñado de anillas de calamar sacadas del congelador nos fuimos. Llegamos a un chiringuito en Benajarafe que nos pareció cuidado, bonito, con una pequeña higuera sembrada en un altillo sobre la arena. En frente, junto a la carretera, una especie de mesón, El Rinconcillo, nos pareció una posibilidad de comer tranquilos. Entramos, descubrimos un patio con macetas, preguntamos, nos respondieron con profesionalidad, cercanía, algún detalle y sonrisas, ese valor añadido... Comimos bien, a un precio razonable y bien tratados. No me conformaré más. La sociedad de la que participo no debe ser peor de lo mejor que puede ser. Vida hay una, y algunos no queremos tragar con cualquier cosa, en parte por quienes, como Pedro, ya no pueden vivirla.