He llegado a la segunda mitad de agosto, ese mes dormido, ancho y abandonado de sí mismo, con las fuerzas suficientes, con un mínimo de serenidad, con esa resignada serenidad que proviene de sentarse ante el mar y seguir sin comprender qué es esto de la vida.

Por estos días de este mes que tiene esa luz tan suya, tan definida, vuelve a morir Federico García Lorca, como todos los agostos, y van ochenta, acaso para impedir que olvidemos lo horrible que es la maldad cuando quiere disfrazarse de orden y justicia, cuando los verdugos dicen ser salvadores.

En estos días, también, he comenzado la relectura número diez de Luz de agosto, un título de Faulkner que siempre me desagradó porque me sonaba un tanto cursilón, impropio de ese Faulkner retratista de demonios al que tanto admiro.

Fue en un artículo de Juan Carlos Onetti, otro de los autores a los que vuelvo insistentemente por ver si se me pega algo, donde encontré una luz sobre esa otra «luz» que tanto me molestaba. En la mítica editorial Losada, de Buenos Aires, el poeta ultraísta y gran crítico literario Guillermo de Torre, que hubo de exiliarse para no seguir la suerte de Federico, se encontró con una traducción literal del título original Light in august, o sea, luz en agosto, teniendo luz el significado de nacimiento, de dar a luz, porque la novela cuenta la historia de una muchacha, Lena («tan fácil de querer», añadía Onetti), que viaja a pie desde el profundo sur al sur más profundo, embarazada y buscando al padre de la criatura que le crece en las entrañas.

Y el poeta pensó que «luz en agosto» sería un título confuso para los lectores en español, de modo que decidió poner el definitivo Luz de agosto, que quedaba, además de cursi, más confuso aún, pues luz de cualquier otro mes sería un título más o menos aceptable para un librito de poemas candidato a ganar una flor natural y diploma en algún certamen.

Además, el bueno de Guillermo de Torre debió tener en cuenta que la luz de agosto no es igual en todos los lugares donde se habla español. Aunque recordase el color que tiene la luz de agosto en España, le bastaba mirar por la ventana para ver que la luz de agosto en Buenos Aires es, según Onetti, «gris y tristona. Agosto se soporta porque antecede a septiembre y su primavera».

Todo título es una estratagema, esconde una dirección o una confusión. No es fácil titular libros, y menos aún titular poemas (por eso yo no se los pongo a los míos). Las posibilidades de error son prácticamente infinitas, tan infinitas como esta luz de agosto bajo la que escribo y su exacta vocación de llamarada.