Bélgica estuvo sin gobierno 541 días y sus instituciones funcionaron bien. El crecimiento, la tasa de paro y las cuentas públicas evolucionaron de manera favorable. Claro, se trata de un país civilizado, en el corazón de Europa; eso sería impensable aquí. Oigan, pues nosotros ya llevamos más de la mitad de ese tiempo y no nos va tan mal, de hecho hemos empezado a cogerle el gustillo, gracias a la incapacidad manifiesta de los partidos para ponerse de acuerdo y formar gobierno: se está cómodo sin que los titulares de prensa nos sobresalten cada mañana. Pero, fuera bromas, sabemos que esta dorada languidez no puede durar siempre y a la vuelta de las vacaciones aguardan cuestiones urgentes: aprobación del proyecto de Presupuestos, compromisos con Bruselas, etc.

Hacían falta medidas expeditivas para remediar el estancamiento y evitar unas terceras elecciones, y el calendario y plazos electorales ofrecen una solución tan creativa como eficaz, se diría que casi roza la genialidad: si finalmente no se produce una investidura, la nueva cita con las urnas será el 25 de diciembre. Podría pensarse que el ir a votar el día de Navidad es una incomodidad, pero no se dejen engañar; la verdadera amenaza la constituye la cena de nochebuena, el momento del año en que estadísticamente mayor número de familias se reúnen en torno a la mesa. ¿Se imaginan? Según el CIS el entorno familiar es el más valorado por los españoles, pero esto puede variar dramáticamente de confirmarse que estamos abocados a unos terceros comicios. No llegamos a los postres. Piensen en ese cuñado, la suegra, el hermano mayor, desinhibidos por la ingesta de buen Rioja en la jornada de reflexión. Hablando de política. Qué amena conversación surgirá. Elecciones el 25 de diciembre, maquiavélicamente magistral.