El pasado año tuve que emplearme a fondo con varios colegas periodistas de otras provincias para defender las bondades de la Feria de Málaga. Sé que no tuve mucho éxito, pues las imágenes de ciertos medios de comunicación audiovisuales hicieron bueno el dicho de que más vale una imagen que mil palabras. Fue el año de «las niñas con las bragas en la mano» que popularizó nuestra eterna concejala de festejos y otros asuntos, pero un año antes la Feria de Málaga también se coló en todos los hogares de España por la lamentable falsa violación en el Cortijo de Torres. Es lo que tiene celebrar una feria en pleno mes de agosto, periodo en el que los magacines televisivos mañaneros están secos de contenidos pese a la munición que propicia la falta de gobierno y revolotean sobre asuntos que en otra época del año no tendrían ni medio segundo en la escaleta de contenidos. Este año mi defensa apasionada de la Feria de Málaga ha sido más fácil. Ningún sobresalto pese al conato de racismo en una caseta del Cortijo de Torres. Recuerdo que hace ya varios años mantuve con ellos algunas diferencias cuando titularon en sus medios que en Málaga la Policía Local patrullaba con detectores de metales durante estos días de botellón y faralaes. Y no paraban de solicitarme fotos de descamisados con sombreros a lo Al Capone para ilustrar las informaciones sobre nuestra feria. He de confesar que no accedí, pues aunque aún no tengo muy claro cómo definir a nuestras fiestas, la imagen de un descamisado no resume ni de lejos estos días de asueto general. Pero eso ya queda en el baúl de los recuerdos.

Guste más o menos, Málaga tendrá su doble feria en agosto por muchos años. La del Centro Histórico y la del Cortijo de Torres. Una se vive a pie de calle, en chanclas, ligeritos de ropa, con descamisados, trikinis a lo Sacha Baron Cohen, copa en mano, con bulliciosas charangas asomadas por los balcones de la noble Málaga y con un asfalto pegajoso derretido por el sol por donde fluyen restos de orina, alcohol y basura a medida que avanza el día. Es la feria del centro, alegre, diversa, sin normas, tomada por los jóvenes y por los turistas que no necesitan del folclore típico del sur de España para divertirse con el riesgo de que este modelo se asiente de forma definitiva hasta derivar en un eterno Love Parade. Aún queda recorrido para alcanzar los niveles de los Sanfermines, pero año tras año se avanza en esa dirección y la gran fiesta del verano de España atrae a miles de jóvenes de otras provincias para sumergirse en una algarabía sin control. Es un peligro que se corre, que está ahí, que seamos el nuevo Magaluf del sur, que esa imagen de fiesta sin fin navegue por la red de redes hasta convertirse el nuevo imán y destino de ocio para pasar unos días de desenfreno.

Pero por más que se intenta cambiar este modelo de feria en el centro, se debata y se creen mesas de trabajo, jamás variará un ápice pues desde el año en que se decidió dividir la feria en dos, la del centro será la de la bulla sin final, y la solitaria del Cortijo de Torres se vestirá de corto y faralaes con un ambiente más familiar pero sin el público necesario para ser el epicentro de la fiesta.

Cada año se ensaya en el centro alguna medida para paliar sus efectos. Hubo años de zonas acotadas para el botellón en Santo Domingo, carpas en la plaza de La Marina, se puso coto a las barras de alcance, programaciones culturales, música en directo en varios escenarios del centro, se ha intensificado el control de establecimientos que venden bebidas alcohólicas a menores..., pero la masa que busca diversión es como el agua de un río que fluye por las calles hasta encontrar ese oasis donde una charanga anime la falta de música desde que se prohibió a los bares sacar los altavoces a la calle. Esta claro que por el método de la prohibición no se avanza nada, pues siempre habrá una alternativa que permita que la fiesta no decaiga. Quizás falte un poco de educación, de civismo... y de baños públicos.

Este año, afortunadamente, no ha habido que lamentar ningún episodio grave y los días de fiestas han transcurrido dentro de los parámetros normales de cualquier gran evento que concentra a miles de personas. Los datos de retorno e impacto económico en la ciudad han sido notables, con los hoteles llenos y los restauradores haciendo su agosto. Esta también es una función de la Feria de Málaga, generar movimiento económico, pues más allá de la diversión hay cientos de familias que viven de estos días de fiesta.