También en política exterior lo urgente y lo próximo desplaza a lo importante de nuestra atención inmediata. Y en verano, más todavía. Es como si pensáramos que ya está bien, que nos dejen descansar porque nos lo merecemos, y es difícil no simpatizar con esta actitud. Como además no faltan los problemas en nuestra vecindad, con los rusos en Crimea, las tragedias en Medio Oriente, las incertidumbres del brexit o las barbaridades de Trump... todo eso hace que prestemos menos atención a lo que sucede en el lejano Mar de China Meridional, que es hoy uno de los lugares potencialmente más inestables del planeta.

Durante casi toda su historia milenaria, China ha sido el Imperio del Centro y ha prestado escasa atención al resto del mundo. Lo ignoraba porque lo despreciaba y por eso viajeros como Guillermo de Rubruck, Juan Pian de Carpini, Fray Odorico y el propio Marco Polo tuvieron que ir a China pues ellos no mostraban interés por venir a conocernos. Ha habido dos excepciones: la primera en el siglo XV con la dinastía Ming y los viajes del eunuco He por las costas de Africa y quizás de América del Sur, y la de la China de nuestros días, la que con Deng resurge de las cenizas de los crímenes de la era de Mao.

Hoy China es consciente de su desarrollo, de su potencial económico, de su enorme demografía, de su influencia política, de su creciente capacidad militar y de su peso en la geopolítica mundial. Y como por algo hay que empezar ha diseñado una «Línea de nueve puntos» que cubre nada menos que el 90% del Mar de China, donde pretende ejercer soberanía y donde sus intereses se entrecruzan con pretensiones otros países de ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático). China quiere explotar los ingentes recursos minerales, pesqueros y de hidrocarburos de esta zona, que tiene también una enorme importancia estratégica porque por ese mar discurre el 30% del comercio mundial y el 40% del gas y petróleo, ademas de constituir una vía de agua esencial para la libre comunicación entre los océanos Índico y Pacífico. Todas estas razones explican que también que otros países más lejanos se sientan afectados en sus intereses por la pretensión de Beijing.

Con estos ingredientes el conflicto está servido porque nunca un gran país ha entrado en el escenario de la Historia con vocación de protagonista sin crear problemas, por la simple razón de que dividir la tarta de otra manera choca con los intereses de los anteriores comensales, y eso por mucho que los chinos hablen de «desarrollo armónico» y de no molestar a nadie. El ejemplo más obvio es la formación del Imperio Alemán a partir de Prusia. Una teoría hoy en boga compara el expansionismo chino con el de Hitler en los Sudetes, que condujo a la Segunda Guerra Mundial por no detenerlo a tiempo. Y eso preocupa a muchos.

En el mar que China reivindica se encuentran los archipiélagos Spratly y Paracelso y el atolón de Scarabough, entre otros islotes y peñascos. El problema es que Vietnam también reclama los dos archipiélagos, Filipinas exige las Spratly y el atolón, y Malasia, Brunei e Indonesia tienen también sus apetencias. Vietnam y China se han enfrentado por esto dos veces, en 1974 y 1988, con muertos por en medio, y los incidentes son ahora constantes desde que Beijing construye faros, radares, pistas de aterrizaje o embarcaderos, hostiga a pesqueros y ha empezado a buscar petróleo y minerales raros en el subsuelo marino. También ha habido roces entre buques de guerra chinos y norteamericanos y hay otras islas en disputa con Japón más al norte (Senkaku). Un incidente grave puede producirse en cualquier momento.

Hartos de la situación, Filipinas ha recurrido al Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya, un órgano creado por la Convención onusiana de Derecho del Mar (UNCLOS), cuyo dictamen del 12 de julio ha sido una bofetada jurídica y diplomática para China pues echa por tierra su «Línea de nueve trazos» al afirmar que ni las Spratly ni Scarabough son islas y por tanto no tienen mar territorial ni generan una zona económica exclusiva. Para el Tribunal, las islas han de ser capaces de «alojar a una comunidad humana estable con autonomía económica» y estas no lo hacen. Este precedente se aplicaría también al archipiélago de Paracelso si Vietnam recurre como ha hecho Manila.

Beijing ha rechazado el fallo con indignación y el ministro de Defensa Chang ha hablado de preparar una «guerra del pueblo» en declaraciones que parecen hechas para consumo interno, ya que China sabe muy bien que deberá gestionar la nueva situación con tacto, porque su actitud agresiva está llevando a que los países de la zona formen un cerco diplomático y militar que se traslada incluso más allá y toma la forma de un «cuadrilátero estratégico» entre los Estados Unidos, Japón, India y Australia para contener a China. Todo esto no le interesa nada a Beijing porque aunque los rusos le han dado apoyo de boquilla, sus intereses estratégicos difieren en Siberia y Asia Central y tampoco quieren enemistarse con India o Vietnam. China está sola.

Quizás los más beneficiados de esta situación sean los Estados Unidos pues hoy China está más aislada que nunca en el área del Pacífico sin que les haya costado nada, y con la ironía añadida de que Washington no ha ratificado la Convención de Derecho del Mar de la ONU en la que se fundamenta el laudo de La Haya.

*Jorge Dezcállar es diplomático