Cuando cuerpo o espíritu se encuentran anquilosados, es el momento de la gimnasia de automotivación, que consiste en realizar, sin pensárselo más, pequeñas tareas que apenas requieran esfuerzo, hasta que el motor arranca y va ganando revoluciones. Vale para el regreso de vacas, pero valdría también para recobrar la vieja práctica de negociar, que otrora era pujante. La gimnasia no empieza, claro, por negociar un gobierno, ni un programa, ni unos presupuestos, sino medidas mínimas, casi moleculares, en las que todos puedan estar de acuerdo, del tipo regular el uso de las sierras radiales en las calles para que no nos empolven, limitar las horas de los terribles motores-mochila para espantar las hojas caídas o controlar la velocidad de los ciclistas en las aceras. Una vez que haya acuerdo en cosas así (lo que no será difícil) se va subiendo poco a poco de escalón, hasta llegar a Moncloa.