¿Qué le pasa a la izquierda socialdemócrata en Europa, que anda como perdida y parece incapaz de levantar cabeza desde el fiasco de la Tercera Vía de Tony Blair?

En el Reino Unido, el inesperado éxito del Brexit en el reciente referéndum le ha pasado factura al líder de la oposición laborista, Jeremy Corbyn, a quien nunca tragó el sector más derechista de su partido y ahora todos acusan de no haber defendido con convicción la permanencia británica en la UE y puesto en riesgo, entre otras cosas, la unidad del país ante el desafío escocés.

El último en sumarse a la campaña del propio grupo parlamentario laborista contra Corbyn ha sido el nuevo alcalde de Londres, Sadiq Khan, que hizo el domingo un dramático llamamiento a sus religionarios para que le quiten de en medio cuanto antes si quieren evitar una nueva y estrepitosa derrota en las próximas elecciones generales.

En Francia, el otrora orgulloso Partido Socialista de Jean Jaurès y Pierre Mendès France ha perdido desde la llegada al Elíseo de François Hollande la mitad de sus militantes y tiembla ahora la posibilidad de verse superado por el Frente Nacional de Marine Le Pen en la primera vuelta de las próximas presidenciales.

La presidencia de Hollande está resultando un desastre y su deriva derechista desde el nombramiento de Manuel Valls al frente del Gobierno, reflejada en una serie de reformas de corte claramente neoliberal, sólo ha conseguido distanciar a sus votantes y provocar nuevas divisiones en el seno de un partido que parece haber perdido también el norte.

Y en Alemania, el SPD del añorado Willy Brandt, inquieto de un tiempo a esta parte por su continuo declive en los sondeos como socio de la coalición gobernante, busca ahora desesperadamente salir de la sombra de la canciller Angela Merkel y mostrar perfil propio de cara a las próximas elecciones generales.

En Berlín y en el vecino ´land´ de Brandenburgo, donde los ciudadanos están llamados a votar ya este mes de septiembre, se habla de una posible coalición entre el SPD, los Verdes y Die Linke (la izquierda excomunista), la única capaz de sumar una mayoría, según los sondeos.

Desde la alianza con los Verdes del SPD del canciller Gerhard Schröder, impulsor de la llamada Agenda 2010, que permitió a Alemania reducir el paro y ganar fuera competitividad, pero sólo a base de algo tan poco socialista como abaratar y precarizar el empleo, existió durante algún tiempo la posibilidad de una mayoría de izquierdas en Alemania, alternativa a la Gran Alianza.

Pero los recelos del SPD frente a los excomunistas de Die Linke y la intransigencia y el rencor de algunos dirigentes de este partido, entre ellos el ex socialdemócrata Oskar Lafontaine, frustró tal posibilidad y permitió que desde 2005 haya podido gobernar interrumpidamente la derecha de Angela Merkel con el decisivo apoyo del SPD.

Es el problema recurrente de la izquierda, el mismo que vemos reproducirse una y otra vez en nuestro propio país: los socialistas y los partidos a su izquierda se empeñan con estúpido tesón en insistir en hacer una montaña de lo que los divide en lugar de buscar lo que los une y que demanda además la sociedad.

Como señalaba recientemente un analista político alemán, hoy tal vez no hay ya una mayoría política de izquierdas en su país, entre otras cosas porque nunca la buscaron quienes podían hacerlo. Y lo que sí hay en cambio hoy son unos ciudadanos cada vez más cabreados que tratan de superar su frustración votando a la nueva derecha euroescéptica y xenófoba.

La subida creciente en los sondeos de Alternativa para Alemania no se debe sólo al temor de muchos a los problemas de convivencia y de competencia en el disfrute del Estado de bienestar que relacionan con los refugiados, sino que responde también a la incapacidad de los partidos, incluidos la izquierda, para entender la preocupación de las clases medias y trabajadoras con las consecuencias negativas de la globalización.

En tiempos de crisis se necesita un liderazgo firme en sus convicciones y eso es lo que parece que le falta en estos momentos al SPD alemán. Así, su presidente federal a la vez que vicecanciller de la Gran Coalición, Sigmar Gabriel, parece un líder vacilante y contradictorio: si el año pasado apoyaba el tratado transatlántico de comercio e inversiones con EEUU (TTIP), hoy lo rechaza.

Y al mismo tiempo defiende, como ministro de Economía que es también, un tratado bastante similar ya negociado con Canadá y que deben votar ahora los Parlamentos nacionales -el llamado CETA- frente a la opinión totalmente contraria del ala izquierda del SPD, algunas federaciones regionales, entre ellas las de Bremen y Baviera, de los Jusos (Jóvenes Socialistas), numerosas ONGs y grupos cristianos. ¿Hay quien lo entienda?