Vuelvo de unos días de descanso, limpiando fondos y pasando la ITV y todo sigue igual o quizás peor. Ni tenemos gobierno, ni se le espera. Rajoy es feliz, está de enhorabuena porque conseguirá lo que pretende: ir a unas terceras elecciones en tiempos de turrón, polvorones y mantecados. Era su objetivo y así lanzó a sus huestes en liza para amarrar nueva convocatoria a las urnas donde él se intuye como ganador, cercano casi a la mayoría absoluta. La maniobra de Rajoy, al que le importa mucho España y los españoles, bregado en la lucha con horas a destajo de trabajo duro y constante, entregado a la señera causa de que nadie tosa a España, ni a los españoles, ni dentro ni fuera de España, con desprecio olímpico a que se reúnan Merkel, Hollande y Renzi y a él le den un portazo en las narices. Rajoy se ha trabajado una imagen de estar por encima del bien y del mal, de ser señor de sus manías y de sus antojos; de ser dueño de sus silencios y de sus provocaciones a los periodistas; de hacer virtud de sus actitudes mendaces y moverse con la rara habilidad de un paquidermo en pista de hielo como si fuera un cisne enamorado. Hay un Rajoy que me apasiona, no lo puedo evitar, cuando la tele (la primera, por supuesto) repite hasta la saciedad la turbulenta, marcial e impetuosa marcha troglodita por los vericuetos, no rutas, gallegos; ese andar marcial me pone. Ese braceo no lo supera ni el mismísimo Chus Bragado.

Rajoy, además, se ha reunido de una soberbia guardia pretoriana que cuando los ves bajar por las escaleras, con sonrisa plana, de oreja a oreja, detrás del jefe, sientes la necesidad de preguntarte de qué se ríen. Yo lo tengo claro: se ríen de mí. De tanto verles sonreír, mascando la carcajada para que no se les escape, veo a la tal Levy, al tal Casado, al tal Hernando descosiéndose con la guasa que se traen con unos pardillos vestidos de Ciudadanos que no saben en qué jardín se han metido. El que menos se ríe es Maíllo y eso me preocupa y mucho más que Arenas mantenga un ceño circunspecto y fruncido, de profesor avinagrado. No le va a Arenas; lo suyo es el chascarrillo, la carcajada a mandíbula batiente, el golpe al estómago y descolocar al adversario, sin respiración. Me agrada, digo, ver a los señeros negociadores del PP riéndose de los señeros negociadores de Ciudadanos y estos salir a los medios con la cara compungida de quien ha recibido un gancho de derechas, nada desdeñable por otra parte. El teatrillo del absurdo de Rajoy y Rivera, con la regeneración y la corrupción como meollo del cotarro quedará en nada, pese al rosario judicial que le espera al PP en los próximos meses. Corrupto, su padre. Y a mirar para otro lado. Rivera, quién te ha visto y quién te ve.

Con todo este enredo sobre la mesa de la negociación no extraña el silencio de los socialistas y de su secretario general, Pedro Sánchez (PS), hábil en sus vacaciones, tocando con sordina muchas teclas que le repiten una y mil veces: con Rajoy ni a misa. Por más que se monten interesadas campañas mediáticas, encuestas manipuladas, presiones con torceduras de esguinces (aún no se ha llegado a la fractura) PS resiste y resiste. Rajoy no sabe por dónde minar la fortaleza de los socialistas, ni de PS. La elegancia de Moreno Bonilla alentando a Susana Díaz (SD) a que salga de sus silencios, abandone las vacaciones y le diga a su jefe de filas que se ponga de rodillas ante Rajoy para que España tenga gobierno, es patética. Es lo que él hizo en Andalucía para que SD fuera presidenta de la Junta. Moreno Bonilla le quiso hacer tragar cicuta, sin conseguirlo, en las dos fallidas sesiones de investidura, las mismas que ahora le tocará tragar a su supremo jefe, Mariano Rajoy, el supremo hacedor de la suprema España olímpica, con las medallas de oro que tienen la firma del PP. Levy ha dicho.

P.D.- Se va María Gámez, la portavoz socialista en el Ayuntamiento de Málaga. Disciplinada, discreta, sumando; siempre dispuesta a tirar del carro, pese a que tenía tan sólo dos ruedas. A María Gámez le tocó bailar con la más fea (en este caso feo, Paco de la Torre) y con no pocas injerencias, dentro y fuera de su partido. María Gámez se va con la cabeza alta, honesta y honrada en su trabajo y como persona en clave política. En los tiempos que corren no es poco. Es tiempo (ahora lo tienes) de un cafetito.