Hay costumbres que fueron comunes en un pasado reciente y que hoy en día nos provocan sonrojo. El expeditivo tratamiento dispensado a las cáscaras de gamba en las barras de las marisquerías, por ejemplo: una vez despojado el animal de su coraza articulada, ésta acababa invariablemente alfombrando el suelo del local junto a una buena dosis de serrín, mientras el comensal ingería las partes blandas sin necesidad de gestionar residuos. Por suerte, tanto el serrín como la usanza han quedado desterrados en la actualidad del ámbito de la hostelería, y hay indicios esperanzadores de que en un futuro no muy lejano ocurra lo mismo con otros comportamientos igualmente reprobables, como el tirar al suelo las colillas de los cigarrillos. Con toda seguridad también las aceras quedarán pronto libres de ellas. El hotel La Chancla, situado en pleno paseo marítimo de Pedregalejo, ha lanzado una loable iniciativa en este sentido: invita a una cerveza a quien lleve un vaso lleno de colillas de la playa, animando de esa forma a los fumadores a no ensuciar la arena y sensibilizando a la vez al resto de los bañistas. Y es que las colillas son desechos muy difíciles de limpiar, ya que la maquinaria no puede retirarlas y tardan mucho tiempo en degradarse y desaparecer.

Que cunda el ejemplo, dice un buen amigo mío. Me cuenta que un vecino suyo, que vive en un piso más alto que el propio, se ha sentido motivado por la propuesta de La Chancla. De forma periódica va dejando caer colillas en la terraza de mi colega, gesto que él interpreta como una gentil invitación a canjearlas por zumo de cebada en aras de la confraternización intervecinal.

Yo discrepo de su percepción. Lo que es el vecino de mi amigo es un guarro.