¿Se acuerdan los lectores del gran revuelo internacional levantado por los llamados ´papeles de Panamá´. Seguro que no se les ha olvidado al menos el nombre del bufete de abogados incriminado, Mossack Fonseca.

Pues bien, ¿qué ha ocurrido desde entonces? ¿Qué ha hecho el país del istmo para acabar con las prácticas ilegales y corruptas que salieron entonces a la luz? ¿Y qué han hecho los otros gobiernos para presionar al panameño?

¿Es otro caso más de «mucho ruido y pocas nueces», como cuando el ex presidente francés Nicolas Sarkozy proclamó la necesidad de «refundar el capitalismo» sobre bases éticas? Como si él y otros como él tuvieran la mínima intención de hacerlo. Y como si ello fuera además posible.

Tras la filtración de los millones de documentos de aquel bufete de abogados utilizado para ocultar propiedades de empresas, activos, ganancias y evasión tributaria de políticos, hombres de negocios y personalidades del mundo de las finanzas, la cultura o los deportes, el Gobierno panameño nombró una comisión investigadora.

Pues bien, lo más llamativo que ha ocurrido desde entonces ha sido la dimisión de los dos miembros más destacados de esa comisión: el premio Nobel de Economía estadounidense Joseph Stiglitz y el profesor suizo de derecho penal Mark Pieth, que se había encargado ya antes de investigar la corrupción en el seno de la FIFA.

Stiglitz y Pieth no aguantaron que el Gobierno panameño intentara inmiscuirse continuamente, según dijeron, en los trabajos de la comisión y que además se tomara la libertad de decidir qué es lo que podía publicarse y qué no de los resultados de su investigación.

«Somos un país serio que se atiene al derecho internacional», aseguró el presidente panameño, Juan Carlos Varela, palabras que no convencieron a ninguno de los dos.

Cómo va un comité cuyo objetivo proclamado es buscar la transparencia no ser él mismo totalmente transparente, como pretendía supuestamente el Gobierno panameño al imponer sus condiciones, se quejó Piech.

Por su parte, Stiglitz justificó su dimisión por la sospecha de que Panamá hubiera querido utilizarlos «como hoja de parra» para ocultar sus vergüenzas.

Excepto en Islandia, cuyo primer ministro hubo de imitir y cuyo jefe del Estado ha tenido que renunciar a presentarse de nuevo después de que apareciese el nombre de su mujer en varias empresas fantasma, pocas cosas parecen haber cambiado.

¿Cómo iba a ser de otro modo si se tiene en cuenta que no menos de setenta y tantos ex jefes o actuales jefes de Estado o de Gobierno se han aprovechado en algún momento de la existencia de paraísos fiscales?

«Si los gobiernos son financiados por gente que se beneficia de los paraísos fiscales, cómo vamos a creernos realmente que se tomarán medidas contundentes para acabar con ellos?», se pregunta Guy Standing en su libro La corrupción del capitalismo, cuya urgente traducción al castellano no puedo dejar de recomendar (1).

(1)The corruption of capitalism. Why rentiers thrive and money does not pay". Ed. Biteback Publishing. 2016