Los españoles siempre le hemos encontrado un cierto placer a ver fracasar a los poderosos, a contemplar cómo se dan de bruces con el áspero suelo, mirarlos morder el polvo. Será por nuestro carácter iconoclasta, o tal vez por nuestra irrefrenable tendencia al libre albedrío. Lo cierto es que siempre detestamos al encargado y nos alegran sus caídas. Alguna vez he escrito que los españoles somos unos ácratas de derechas, gente que no admite mando pero que tiene un profundo sentido de la propiedad privada, lo que da una mezcla ingobernable, ya lo dijo el pobre Amadeo de Saboya.

Escribo el día después de que a Mariano Rajoy le dijeran «no» y el día antes de que, presumiblemente, vuelvan a decirle que «no». Parece que todo apunta hacia unas terceras elecciones el día de Navidad. Nadie las quiere, pero se muestran incapaces de evitarlas. Todos hablan de las terceras elecciones como si fuesen un problema, no una solución, y en estos casos es bueno leer entre líneas. No nos convienen unas terceras elecciones porque hay muchas posibilidades de que se vuelva a repetir el mismo resultado, más o menos, que en las dos anteriores. ¿Qué haremos entonces? ¿Seguir repitiendo ad infinitum?

Un ingenuo como yo, a veces, casi parece encontrar en la actitud de Mariano Rajoy una estrategia diseñada para acabar con el PSOE de una vez por todas. Si permite que el PP gobierne, pierde. Si no lo permite, pierde también. Quedan como los malos hagan lo que hagan. Zugzwang. Este palabro es un término utilizado en ajedrez que describe la situación en la que un jugador cae en desventaja porque está obligado a mover cuando preferiría pasar y no hacer ningún movimiento. Cualquier movimiento conlleva que su posición será mucho peor que si no moviera, pero no tiene elección.

Quienes no tenemos elección somos nosotros, los sufridos ciudadanos, que estamos inmersos en esta campaña que empezó ya nadie recuerda cuándo y que quizás no acabe nunca, votación tras votación, repetición tras repetición sin salir del atolladero. En el horizonte no parece vislumbrarse un escenario muy diferente al que ahora tenemos, y eso nos condena. Nunca estuvo España tan frágil de liderazgo, tan aburrida de sí misma, tan ajena a su propio destino. Lo único que estamos sacando en claro de todo esto es que nuestros políticos son incapaces de servir al país porque sirven al partido y, como dicen que se dijo en el Sermón de la Montaña, nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo. Y en esas estamos.