Decía el padre de Djokovic que Nadal había cambiado de actitud con su hijo desde que éste comenzó a ganarle en la pista. Fue tras un enfado del tenista servio en un lance bastante habitual de este juego cuando los jugadores están en la red y se dirige la bola al cuerpo del contrario para evitar que pueda reaccionar a tiempo y falle. La amistad entre adversarios en el deporte es tan complicada como en la política o en la empresa. Puede mantenerse a condición de que no se mezclen los intereses, o que se respete escrupulosamente el fair play, cosa bastante difícil cuando uno se juega tanto. Resulta proverbial el ejemplo de la amistad entre Alfonso Guerra y Abril Martorell que abrió tantas vías durante el complejo tiempo de la transición, mientras que se atacaban con dureza en el hemiciclo de las Cortes.

En el caso de Nadal y Djokovic es curioso que la denuncia partiese del padre del jugador servio y no de éste. No es lo mismo que se hubiera quejado en la intimidad a su padre, en un ejercicio más de descarga psicológica que otra cosa. En el deporte es complicada la competición con las familias por medio. Por ejemplo, en la pequeña competición de este y de otros deportes las grandes broncas en las pistas o en los campos son protagonizadas mucho más por las familias que por los jóvenes jugadores.

Otra influencia negativa -o positiva- sobre quienes comienzan a jugar es la de los ídolos de este intenso deporte en el que el equilibrio psicológico es tan importante. Era terrible asistir a los campeonatos infantiles o juveniles y contemplar los malos modos, el destrozo de raquetas, las protestas destempladas a los árbitros de algunos chicos de doce o catorce años o de sus padres, que acompañaron la época del liderazgo de John Mc Enroe y sus deplorables espectáculos en la pista, tan impresentables como maravilloso era su juego de muñeca con la raqueta.

La respuesta de Rafael Nadal al padre de Djokovic fue, como en otras cosas del jugador español, impecable. Primero, se la dio él y no su tío y mentor, lo que habla también a favor de éste. Y segundo, desmintió al progenitor reivindicando una amistad efectiva aunque como he dicho antes compleja en ese mundo.

En cualquier escenario del deporte -y probablemente de la vida- es posible la amistad en la competencia. Hay cientos de deportistas que la han conservado después de compartir durísimos encuentros repletos de alternativas y de episodios. En la política, por ejemplo, tuvimos imágenes de cordialidad entre los ya retirados Adolfo Suárez y Felipe González cuando aquel vivía y aun no estaba enfermo, y nadie puede olvidar la durísima y a veces injusta oposición que el segundo le hizo al primero.

Estos casos que cito son posibles solamente si se dan unas determinadas circunstancias imprescindibles. Se trata de que los enfrentamientos inevitables en cualquier competencia cuenten con árbitros imparciales, respeto a las normas y, sobre todo, calidad humana de los rivales. Con esos requisitos es casi seguro que la competencia y la lucha leal no sólo permita, sino que es un caldo de cultivo para una buena amistad. Como en el final de «Casablanca».

*Fernando Arcas Cubero es profesor Titular de Historia Contemporánea de la UMA