El pasado viernes se supo del asesinato del viceministro de Interior de Bolivia, Rodolfo Illanes, a manos de un grupo de mineros que participaban en una protesta contra el gobierno de Evo Morales. El viceministro había sido enviado a negociar con los dirigentes de la revuelta pero no pudo lograr su objetivo ya que fue secuestrado y torturado salvajemente hasta la muerte durante siete horas. La noticia causó sensación mundial y las primeras versiones del suceso destacaban que un sector tradicionalmente favorable al presidente Morales tuviese una reacción tan violenta contra su antiguo aliado. Un dato que algunos quisieron interpretar como un signo de una pérdida de apoyo popular por parte de uno de los principales representantes de lo que se dio en llamar «revolución democrática bolivariana»; proceso de cambio político que, aparte de Bolivia, afectó principalmente a la Venezuela de Chávez y al Ecuador de Correa y en menor medida al Brasil de Lula, a la Argentina de los Kichner y al Uruguay de Mujica.

Esa fue la primera versión de una mayoría de medios pero lo que tardó en llegar, si es que llegó, fue un relato que tuviera en cuenta otros factores del suceso. El peculiar cooperativismo minero boliviano llevaba tiempo alborotado. A la tradicional concurrencia de patronos y obreros en régimen de falsa igualdad, pues tenían condiciones de trabajo y reparto de beneficios desiguales, había que sumar la caída de precios en el mercado internacional. Los patronos demandaban mayores ayudas, libertad para incorporar capital privado, la eliminación de la regulaciones medioambientales y la prohibición de la presencia sindical para defender los intereses de los cooperativistas pobres. La respuesta del gobierno de Morales fue modificar la Ley de Cooperativas para, precisamente, permitir la acción de las organizaciones obreras. Los patronos de las cooperativas mineras respondieron con contundencia y hubo manifestaciones, cortes de carreteras, paros en el transporte y otras acciones violentas que culminaron con el brutal asesinato del viceministro de Interior. Según algunas fuentes informativas de Hispanoamérica, el argumento de los patronos cooperativistas para poner de su lado a los obreros cooperativistas fue sencillo: «si no te movilizas contra el gobierno no tendrás trabajo».

Mientras se termina de aclarar el trágico suceso, el presidente Morales responsabilizó de lo ocurrido a una «conspiración política» y la justicia detuvo a varios de los presuntamente implicados. La alusión de Morales a una conspiración política no es retórica. Desde que accedió al poder por una vía inequívocamente democrática, el primer indio que llega a tan alta dignidad en América ha soportado todo tipo de maniobras. El profesor suizo Jean Ziegler, sociólogo y miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, detalla en su libro El odio a Occidente algunos de los episodios ingeniosos que utilizó Evo Morales para devolverle a Bolivia el control de las inmensas riquezas que estaban en manos foráneas. «Pocas veces en la historia del mundo -escribe Ziegler- una transferencia de propiedad tan gigantesca se efectuó en un lapso de tiempo tan corto». A ese proceso, Morales le llama pasar del Estado colonial al nacional.