Plaza de San Nicolás en Algorta, Vizcaya. Mercado anual que exhibe productos típicos vascos. Corre un aire limpio y algo frío, otoñal se diría. Era pleno agosto. Doce de la mañana. Miércoles. Miro las alubias de Tolosa, las pochas y los pimientos de Gernika, las piparras y gildas, los quesos. Grandes bizcochos, mermeladas, productos del pato. La gente bebe txakoli en vasitos. Hay un ambiente familiar, gente y más gente que sube y baja y mira y compra. Niños. Carritos de bebé, veraneantes, endomingados, lugareños con pañuelo al cuello. Nos desviamos un poco de la marea humana que, en dirección a la plaza del Corazón Alegre, donde también hay mercado, comienza a formarse.

El periódico dirá al dia siguiente que han ido 19.000 personas. Vamos a dar a una plazuela donde un hombretón vocea espárragos y hay dos zonas de mesas llenas de gentes que dado lo incierto de la hora mezcla vinos, cafés, infusiones y licores. No hay servicio en mesa, anuncia un camarero que recoge unas tazas. Nadie se lo ha preguntado.

Nadie atiende las terrazas en Euskadi, país de poco sol, turismo en eclosión y termómetros adictos a la templanza. Tomamos asiento y me ocupo de asignar mentalmente ocupación, nombre y estado civil a los viandantes. Uno de ellos tiene un aire a Gabriel Celaya. Otro a Andoni Goicoechea, también encuentro un parecido razonable entre una guapa veinteañera y una conocida actriz. Se oyen acentos muy diversos, distintas lenguas. Mi compañera pide un pincho de tortilla que aterriza con bríos y resulta ser isósceles, jugoso y tostadito. Cae en el estómago para despertar un hambre potente pero aún no desbocada que nos invita a tomar el metro y conducirnos a Kaian, pequeño y magnífico restaurante de Plentzia, localidad costera y recoleta, paradisica, de hermosa playa donde una ría se adentra y lleva barquitos hasta el mismo casco viejo. Hoy hay pochas con chorizo de primero y bacalao de segundo. De postre, el popular y exquisito goxua, que si está bien hecho no empalaga por muy grande que sea la tarrina que lo contiene. Como profano creo que es una mezcla de natillas y crema catalana, pero es mucho más. Y más sabroso y antiguo.

Se ve el puerto desde nuestra mesa. El Rioja tiene algo de acidez y el sol cae sin agresividad. A un lado de la mar hay un monte y algunos árboles casi besan las olas. A lo lejos, un talde, un equipo, transporta a hombros una trainera. Desde nuestro ángulo no vemos como la meten en el agua. Pienso para mis adentros (hay quien piensa para sus afueras) si sería prudente pasear por la playa o quizá más coherente echar una siesta obispal. Quizás.