Recapitulando, señores, que viene franco el vodevil. El PSOE y el PP, según lo visto y leído esta semana, sospechosamente parecida a todas las anteriores, están dispuestos a seguir el tira y afloja en su alternancia de roles en torno a un documento, el de Ciudadanos, que ya fue inutilizado por la misma antinomia, aunque con los papeles cambiados, en la legislatura anterior- ésa que se podría apodar, proponemos, la brevísima, por su sangrante sentido del espectáculo y de la hilaridad-. A lo que iba. Que Rajoy y Sánchez dan vueltas mirando de soslayo al respetable y dejando que se las compongan otros con idéntica matriz. Y, mientras, España hecha unos zorros, aprendiendo del sálvese quién pueda, que es la regla de oro, según Albert Rivera, de la regeneración. Donde Ciudadanos dijo radicalmente no, ahora dice, de entrada, que tal vez. Y a eso, en lugar de traición a los votantes, le llama sentido de Estado y flexibilidad. Uno se pregunta qué diablos han hecho los de Unidos-Podemos para no merecer ni un apretón de manos ni una rueda de prensa con agua de Cazorla de la gente de Rivera, que, sin embargo, parece que es capaz de hacer hora si hace falta en los juzgados para ponerse a hablar con procesados sobre cómo poner freno a la corrupción. Va a ser, si es que comienza de una puñetera vez, una legislatura orgiástica y entretenida, con mucho mórbido y morbo, en la que está en juego la continuidad de un modelo de hacer política: se lleva tanto tiempo hablando del canto del cisne y de la ruptura del bipartidismo que uno empieza a pensar que al final todo fue un experimento sociológico de los de Telecinco y que después de mucho nadar el dinosaurio efectivamente fumaba habanos a la fresca y, sobre todo, seguía ahí. O sea, que una pena. A los que abominamos de los duopolios cabezones nada nos parece más saludable que la revisión del turnismo pacífico y la entrada por fin en las Cortes de nuevas organizaciones políticas que sean de las llamadas ideológicas, dicho así para distinguirlas de las otras, de vocación sibilinamente provinciana y venal. Como Houellebecq, España también tiene sus utopías / distopías y la más clara es Albert Rivera de candidato del PP en 2023 -tengo otra también bastante cristalina, que es Aznar presentándose a la alcaldía de Marbella y volviendo a la política en plan salvador, tirado por sus lebreles y con la foto de Fernández Montes en el atril-. No era eso, que conste que la revolución no era eso. Tanta amenaza pomposa y tanto traje impoluto para luego no ser capaces ni siquiera de una operación Menina y envolverlo todo de un mal entendido sentido de la responsabilidad. Si de lo que se trata es de que España tenga gobierno a toda costa, quizá deberíamos prescindir de la democracia, que es muy cansina y yo he quedado, para que nos vamos a engañar. En lugar de sacar pecho, Ciudadanos debería plantearse que quizá haya desaprovechado una oportunidad histórica para distanciarse y exigir limpieza, no un piadoso tuning, que es en lo que ha quedado todo en el pacto con el PP en materia de decoro, de democracia interna y de corrupción. Mal empezamos si después de tantas octavillas y saraos por los platós se apuesta por una continuidad precariamente encubierta. Y se señala a otro partido, Unidos-Podemos, para intentar desactivarlo y dejarle fuera de juego, como si fuera una excrecencia tácita a la que la ley impide de momento expulsar del hemiciclo, pero que no forma parte del guión. Con la de demócratas que nos hemos tragado por aquí. Incluido Fernández Montes, que hace trotskista a Fraga y hasta Femen abortista a Gallardón.