Cada vez que veo y/o escucho a la grey parlamentaria lo tengo más claro: alguna incomprensible razón la ha empujado a darse de baja del club de la humildad. ¡Total, ¿para qué?! Con el poquísimo espacio de que disponen individualmente en la sala de plenos del Palacio de las Cortes, lo que les faltaba a sus señorías es tener que cargar con unas migajadas de humildad... ¡Con lo que pesa la humildad, tú! Quita, quita...

Estoy seguro de que sus señorías fueron aplicados en las clases de humildad que les brindaron sus familias, sus guarderías, sus colegios... Pero parece que cuando decidieron ganarse el sustento con el ejercicio de la política profesionalizada se vieron obligados a desaprender la humildad aprendida, para reaprenderla en tono político inmisericorde. Parece ser que en la política profesional la humildad natural no mola y que sus señorías, pobres criaturitas, hubieron de ponerse a ello y en ello siguen: amarrados al duro banco del esfuerzo, desaprendiendo la humildad natural, que es inservible e inostentosa, y aprendiendo la humildad política, que es protagónica e impía, y que dota de mejores herramientas para cumplir con la confianza otorgada por los votantes... ¡Ay, Señor, pa ver cosas, estar vivo...!, que dicen los lojeños.

Quizá uno sea un raro espécimen, pero, la verdad, en el proceso democrático que están perpetrando sus señorías, me habría hecho ilusión una pizquita de humildad de la chanchi, no de la otra. No sé, aunque solo hubiera sido para engañarnos a los ciudadanos torpes, habría sido un amable gesto... ¡Jo, anda que no habrían quedado mejor todos los parleros aspirantes al control patrio refiriéndose a sus mayorías, en lugar de a sus minorías...!

Así, si el señor Rajoy, por ejemplo, en lugar de pavonearse con que el treinta y tres por ciento del voto lo quiere, se hubiera posicionado en la realidad más rotunda de que el sesenta y siete por ciento del voto no lo quiere; y si el señor Sánchez, siguiendo el modelo, en lugar de enardecerse con su veintitrés por ciento de votos a favor, se hubiera posicionado en la contundente realidad del setenta y siete por ciento de votos en contra; y si el señor Iglesias hubiera cambiado su veintiuno por ciento de confiados, por la realidad más amplia de su setenta y nueve por ciento de desconfiados; y si el señor Rivera hubiera hecho lo propio con su trece por ciento de Ciudadanos-sí y su ochenta y siete por ciento de Ciudadanos-no... Es obvio que otro talante habría presidido la puesta a punto de los pactos. Y aun otro mejor talante habría reinado si, además, los que se abstuvieron de votar el 20-J hubieran votado juntos bajo las siglas PAE20J (Partido de Abstinentes en las Elecciones del 20 de junio), porque con su treinta por ciento se habrían convertido en la segunda fuerza política del país, a tres puntos del partido más votado. Uno se pone a barajar cifras y hechos, y termina por no saber bien si deprimirse o avergonzarse...

Los técnicos contratados para vigilar el centro de control de los intereses de España están que se salen, rompiendo todos los récords del claroscuro parlamentario. Ni Caravaggio ni Rembrand, quia... El sumun de la maestría del claroscuro ahora está en el Congreso de los Diputados. Aquellos maestros de los siglos XVI y XVII hoy son simples aprendices de las luces y las sombras. Para matices oscuros, los de nuestra representación parlamentaria. ¡Qué chapuz, Mari Luz...!

Y si nuestro actual Parlamento es modelo de oscuridad, nuestro turismo actual es modelo de claridad, la de unos focos ajenos que no controlamos, por eso tampoco nos vendría mal una manita de humildad turística. La vida, nos guste o no, es un solemne y maravilloso claroscuro que no conviene desorbitar, ni manipular, ni, mucho menos, convertir en el proficuo eco de la autoloa. O sea, que sería hermoso que nuestros representantes turísticos -los políticos y los empresariales- contuvieran la excitación del orgasmo turístico actual y procuraran no arrogarse/arrogarnos la autoría de nuestras actuales luces, con autoencomios mentirosillos del estilo de «Andalucía está superando la estacionalidad» o «el actual éxito de la Costa del Sol obedece a haber diversificado su marca», por ejemplo.

Si nuestra humildad natural nunca fue escasa, ¿para qué reemplazarla con la media verdad -o la mentira completa- de humildades políticas y turísticas que no son menester?