En Málaga, el mes de septiembre adquiere variables connaturales. La celebración de la festividad de la Patrona de la ciudad en su día 8 conforma un ánimo el cual alarga el efecto festivo, esa sensación ficticia aún vacacional como cobijo ante la realidad explícita del retorno a la rutina; este reingreso a lo habitual hace mella en una gran parte de la población y su índice de acentuación varia según el perfil de los individuos y su nivel de vida sociolaboral.

Las primeras jornadas septembrinas, en todos los foros -profesionales o sociales-, están centradas en un tema imperante, esto es, el presunto síndrome posvacacional repetido anualmente como respuesta al incómodo proceso de la readaptación a lo cotidiano.

Este padecimiento, según los expertos, no existe como enfermedad ya que no está catalogado desde el punto de vista clínico; lo cierto es la aparición del estrés generado en el organismo para incorporarse a los cambios con síntomas tales como cansancio, sueño, falta de concentración, irritabilidad, apatía, tristeza€

Del francés routine, la rutina es una costumbre o hábito el cual se adquiere al repetir una misma actividad o inmovilidad de forma reiterada, configurándose en una práctica amplificada, tras el paso del tiempo, de manera irreflexiva sin necesidad de conllevar el razonamiento.

Lo irracionalmente rutinario en esta urbe es leer que las diez ocupaciones con mayor número de contratos en 2015 para menores de 29 años y mayores de 45 eran de baja cualificación y el 95% acuerdos temporales. Datos muy aciagos e insostenibles representativos de una sinrazón política inaudita. Mario Benedetti nos advierte: «Uno tiene en sus manos el color de su día€ rutina o estallido». Reflexionemos.