La presencia de Rajoy en la cumbre de las primeras economías del mundo que se celebra en la ciudad de Hangzhou define bien el desorden político creciente que padece nuestro país debido a los fallidos intentos de formar gobierno. España es invitado permanente del G20 y esta representada en la reunión por un aspirante a la presidencia del Gobierno que no tiene la confianza, sino el rechazo claro y firme, del parlamento español. El hecho no ha merecido ni una mínima consideración a ninguno de los portavoces de los diferentes grupos. La circunstancia puede volver a repetirse en Colombia a finales de mes y en las próximas semanas en varias citas europeas. Tampoco ha llamado demasiado la atención el anuncio del Gobierno, cuando los diputados abandonaban el edificio del Congreso, decretando la prórroga presupuestaria. Estos asuntos deben tener poca importancia.

El interés por los avatares políticos de la actualidad se ha centrado en descifrar si Rivera con sus palabras quiso decir que el pacto de su partido con el PP había caducado y si Sánchez anunció veladamente su intención de perseguir por segunda vez un acuerdo para gobernar con Podemos y Ciudadanos. Los portavoces de Ciudadanos y el PSOE no tardaron en matizar y desmentir, extendiendo una espesa niebla sobre sus pasos y sus estrategias futuras. En la esfera pública sí se destaca, sin embargo, la coincidencia que hay entre los principales partidos para modificar la ley electoral con el fin de evitar que las votaciones tengan lugar el día de Navidad. La genial idea, desde luego, pone a prueba la capacidad de asombro incluso del más curtido en lides políticas. Los partidos no descartan las terceras elecciones, y se proponen tramitar la reforma legislativa en el Parlamento al mismo tiempo que, se supone, continúan con el paripé de sus esfuerzos para formar gobierno.

La segunda sesión de investidura de este año deja abierta la incógnita principal, aunque algunos opinan que sólo es cuestión de tiempo que el PP gobierne, pero arroja dos certezas. La primera es obvia: los dos candidatos de los dos grandes partidos, los únicos con posibilidades de gobernar, han sido rechazados por el Congreso, un dato que contará para siempre y a todos los efectos en su biografía política. La segunda, no tan palmaria, es que al cabo de todos estos meses se observa cómo en la política española se han levantado las barreras, territoriales, ideológicas, entre los viejos y los nuevos, que distancian a los ciudadanos. La sociedad española no ha estado tan dividida durante la crisis, ni mucho menos lo estaba antes, pero los partidos han entablado una competición que no hace más que separar y polarizar a los diversos sectores sociales. El resultado es la incapacidad manifiesta, o la renuncia, según se mire, que vemos en los partidos a la hora de elaborar discursos integradores o participar en una negociación política abierta. El multipartidismo, por el número de partidos y la probable mayor cercanía entre algunos de ellos, en principio crea las condiciones más propicias para el diálogo. Pero en España está ocurriendo lo contrario. La conversación entre los partidos que defienden las posiciones más cercanas se malogra por un sinfín de dificultades creadas a propósito. Esto es consecuencia de la actitud que exhiben sus dirigentes en la batalla sin cuartel que mantienen por ocupar los espacios políticos y atraer a los electores.

La percepción que los españoles tienen del panorama político y de sus perspectivas no puede ser más negativa. Tras las escaramuzas fallidas de estos meses, recibidas como típicas del juego político, se desvela que la formación del gobierno es un auténtico problema en manos de una clase política con una experiencia reducida y pobre en muchos de sus nuevos elementos, que presenta serias limitaciones y no demuestra ser consciente de la responsabilidad asumida con los intereses generales del país. Casi sin darnos cuenta, las cosas han ido demasiado lejos y los problemas se acumulan. Rajoy lo ha advertido en sus bien medidos discursos parlamentarios de esta semana, que no han encontrado una réplica a su altura. Querríamos volver tranquilamente a la vida privada, pero no será fácil desentenderse de la cuestión del Gobierno mientras no esté resuelta. Todo el mundo empieza a preguntarse qué va a suceder ahora y qué se puede hacer. La situación política de España está próxima a convertirse en una experiencia límite para la democracia. En esta coyuntura hace falta sobre todo tener confianza. Pero ni los hechos, ni los partidos, invitan a ello. La incertidumbre crece con el paso del tiempo.