El lujo se mide en función de la paz que transmite el espacio y la luz del que disponemos, según ciertos eruditos, aunque americanos y asiáticos se empeñan en promulgar los beneficios de vivir en un lugar minúsculo en el que no quepa un alfiler, sino tan sólo nuestra alma apretada, cual archivo comprimido del ordenador. Vivir en una especie de casa prefabricada y/o móvil nos permitiría montar el nido y colocar el huevo con mayor libertad, con los cuatro costados de cara a la pura intemperie, pero todavía queda tiempo para que esta tendencia neo-hippy-zen arraigue y derribe nuestras costumbres populares, atizadas por burbujas inmobiliarias, políticas de consumo turístico y charangas.

Así, mientras que el hábito aspirante a estar de moda, consiga hacer algún monje new age, mediante el discurso del menos es más y la promesa de que todavía podemos ser dueños de nuestro propio hogar -que no el banco- se van mermando sigilosamente estos pequeños y cotizables placeres en los que antes no reparábamos: la gestión eficaz del ruido, tanto literal y medida en decibelios, como la visual y otros menos tangibles como las ondas electromagnéticas, wifis, luces artificiales y demás efectos aún por estudiar. La RAE define este fenómeno a modo de «interferencia que afecta a un proceso de comunicación» y «señal perturbadora en un circuito, producida por sus componentes».

Ruido puede ser lo que nuestro cerebro percibe cuando regresamos desde un plácido paraje natural hacia la ciudad, donde el bullicio arrebata en menos de lo que canta un gallo la paz y el bienestar conquistados durante nuestra anhelada escapada. La masificación urbanística, el exceso de publicidad, el tráfico, las obras, los servicios de mantenimiento, canes encerrados y abandonados en sus propios hogares, personas que no hablan sino ladran para comunicarse€ todo suma y sigue. Factores como estos consumen sigilosamente en tiempo record la paciencia de cualquier mortal. Si no queremos morir en el intento de tolerancia hacia esta cultura ensordecedora pronto necesitaremos comprarnos una casa-caravana-extra small de luxe para huir a donde no nos encuentren siquiera y especialmente los ecos de las nuevas tecnologías, trabajar la respiración y la meditación para capear el temporal, desarrollar nuevas leyes que nos protejan mejor, correr como Forrest Gump para liberar tensiones, o acudir a un buen psicólogo para entrenar nuestras habilidades de manejo del estrés para minimizar tal cantidad de ruido y potenciar el lujoso y necesario silencio.

@RocioTorresManc