Hacía muchos años que conocía a Juan Manuel González-Badía, el que fue hasta hace poco el director de Turismo del Ayuntamiento de Marbella y por el que siempre he sentido un gran respeto profesional. Cuando en la primavera de 1987 hicimos aquel viaje en tren desde Hong Kong hasta Cantón, a lo largo del estuario del río de las Perlas, en una China todavía hermética, empecé a descubrir en Juan Manuel las cualidades de un personaje extraordinario. Al que conocía muy bien pero no lo suficiente para percibir en él otras virtudes: entre las que brillaban la ausencia de afanes de lucro personal, vanidades y necesidad de protagonismo.

Era nuestro tren destartalado y lento, pero muy acogedor. Nos sentíamos unidos al resto de los viajeros por aquel pequeño lago formado por la sopa que los vaivenes bastante bruscos de la marcha iban vertiendo sobre la mesa del vagón restaurante . Los responsables de los ferrocarriles cantoneses habían pegado unas tablas al borde de la mesa. Como un pequeño dique. Buena idea. Así la sopa o cualquier otro líquido quedaban contenidos en aquel sustancioso estanque y no esparcidos sobre las piernas de los expedicionarios.

Con las normales interrupciones de los policías de fronteras para comprobar nuestros pasaportes, hablamos sobre todo de Marbella. Al fin y al cabo nuestra presencia en aquel remoto rincón de la República Popular de China estaba relacionada con esa ciudad. Pues tanto Juan Manuel González-Badía como Alfonso Cañas, el alcalde, tenían unos excelentes planes para aportar inversiones provenientes del enclave financiero de Hong Kong a las arcas marbellíes. Y ese plan contemplaba unos contactos muy estrechos y cordiales con las autoridades chinas de entonces.

Pues en un día no muy lejano la soberanía del territorio de Hong Kong sería devuelta a la China continental. Fui testigo de aquel caso de certera intuición, tanto del alcalde como de su director de turismo. Varios años antes de la caída del Muro de Berlín, estaban convencidos ambos de que China se convertiría en una gran potencia económica mundial. No dudaban que Marbella y la Costa del Sol podrían ser beneficiarios de los frutos de esa relación si las cosas se hacían bien. Mi contribución se limitaba a una pieza muy modesta del plan. China estaba muy lejos de Marbella. Y los vuelos desde Hong Kong o Beijing terminaban en Madrid o Londres. Y un servidor de ustedes en aquellos años regentaba el famoso Hotel Villa Magna. Casi convertido en el consulado de la Costa del Sol en la capital de España. Para nuestro país, con la tinta todavía fresca de la firma del tratado de su adhesión a la Comunidad Económica Europea, aquello prometía.

Eran tiempos en estado de gracia los de aquel año de 1987. España se había convertido rápidamente en una pujante y joven democracia, modélica en muchos aspectos. Descubrimos que lo español estaba de moda. Y nuestros amigos chinos obviamente no eran indiferentes a las ventajas que eso podría proporcionarles. Poco tiempo después una delegación marbellí, presidida por el alcalde don Alfonso Cañas, sería invitada con todos los honores a visitar la República Popular de China. Esa visita fue un acontecimiento emocionante para Marbella y para los que hemos trabajado para esa ciudad admirable. Desgraciadamente, otros nuevos gobernantes aterrizaron después en el Ayuntamiento. Y como suele ocurrir, los frutos de un trabajo inteligente y prometedor se malograron. Le debe mucho Marbella a don Juan Manuel González-Badía. Hombre brillante, heredero de los principios éticos de generaciones de una familia que dio a España un ilustre general y eminentes diplomáticos. Fue siempre fiel a su código ético y servidor leal de los ciudadanos a través de la función pública. A lo largo de cuarenta años y en no pocas ocasiones dio este gran experto en turismo unas beneficiosas dosis de estabilidad y prudencia, además de visión de futuro, a la gestión turística municipal. Por eso, Marbella - uno de los grandes destinos turísticos del planeta - le debe mucho a este gran hombre y siempre ejemplar funcionario.