Se insiste en la equivocación pertinaz de Rajoy, al seguir nombrando a José Manuel Soria para cargos impropios. Esta tesis no solo demuestra el reducido círculo de íntimos del presidente en funciones, sino sobre todo el desconocimiento reinante en Madrid en torno a la idiosincrasia presidencial. No hubo error en la designación arbitraria del ministro de Panamá, sino la venganza deliberada contra una sociedad que se niega a votar la investidura. No hubo cobardía en una promoción al Banco Mundial divulgada tras el recuento en el Congreso, tampoco pesó la agonía de los plazos siempre movedizos. El candidato derrotado necesitaba que el país entero comprobara en hora punta quién manda aquí y qué poco han cambiado los procedimientos.

En un caso no tan alejado como parece, el nombramiento reiterado de Soria equivale al borrado brutal de los ordenadores de Bárcenas en Génova. El PP no persiguió nunca una eliminación sutil de la información, que no necesita de métodos troglodíticos. Tampoco se limitó a retirar los artefactos de la circulación. Se le remitieron inservibles al juez Ruz en una exhibición de fuerza. El instructor debía percibir con transparencia la actitud desafiante de Génova, ante la investigación de la tramoya del tesorero del partido. La tímida reacción del magistrado entonces en la Audiencia Nacional, junto a los interrogatorios de mentirijillas a Cospedal o Javier Arenas, confirman el éxito de la táctica intimidatoria en una primera fase.

El nombramiento sin camuflaje de Soria no delata la ascendencia real de un exministro a quien se podría haber recompensado a escondidas, sino el estado de ánimo de Rajoy. El rechazo por mayoría absoluta se le ha atragantado, por encima de la pretendida impasibilidad que ofrece a los vaivenes del destino. Para desquitarse, estaba dispuesto a convertirse en avalista de un ministro con cuentas en paraísos fiscales. Albert Rivera puede concederle nuevas oportunidades al presidente en funciones, pero no debe esperar un cambio de comportamientos. En la interpretación dominante del error gubernamental, qué límites de atrevimiento traspasaría un Rajoy restaurado, si proclama a Soria en el momento en que el Congreso acaba de desahuciarle.

A riesgo de practicar la discriminación por edad, la rutinaria elevación de Soria no es la excepción, sino el criterio habitual de un Rajoy sin demasiado margen de maniobra vital para un cambio de estilo. La regeneración exige un potencial de cambio, aquí agotado. La política se practica con los amigos y para los amigos, a quién se le ocurriría gobernar en bien de personas que no van a votarle. Estas convicciones se rehogaban en el pronóstico de que la polvareda por el bofetón del Banco Mundial prescribiría informativamente a lo largo del fin de semana. Por no hablar del precedente de una subida de catorce diputados en unas generales, al difundirse la exhibición antidemocrática de Fernández Díaz.

Rajoy se dejó cegar por la rabia de su doble caída. La marcha atrás en la arbitraria designación no fue forzada por la oposición, y mucho menos por los socios de Ciudadanos. La tormenta se cebó en el núcleo del propio PP. La ira de los conservadores no se ceñía a Soria, ni se basaba únicamente en el calendario preelectoral. La derecha se muestra más tolerante con los corruptos que con los derrotados, y el presidente en funciones mantiene demasiados vínculos con ambos gremios. La solución de castigar al beneficiario por la decisión indescriptible de Rajoy y de Luis de Guindos aporta otro síntoma del estancamiento de la vida política. Siempre hay un tercero a mano para cargarle los fallos propios.

El análisis monetarista simplón induce a la conclusión del sacrificio de Soria, cuando la auténtica víctima es De Guindos. El titular de Economía era el tapado de la derecha empresarial para una sustitución de urgencia de Rajoy, con aromas de un remedo de Mario Monti. Ha quedado inservible, y es curiosa la fortuna de Rajoy al desprenderse mediante accidentes y nombramientos esotéricos de los aspirantes a sucederle. Ha evacuado a Ana Pastor y a Alfonso Alonso, ha prolongado el destierro de un Núñez Feijóo que debió ser el candidato en 2011.

A falta de delimitar si los conservadores pagarán su fijación con Rajoy como líder providencial, el segundo escándalo estatal de Soria vuelve a demostrar que todo el mundo entiende de economía cuando tiene que pagarla. Abstracciones como el Banco Mundial o Bretton Woods apasionan cuando se explican con amenidad. Y para acabar con un problema a medio resolver, ¿en qué nuevo cargo se acabará saldando la impagable deuda con el exministro favorito de Rajoy?