La edad va descosiendo costuras, que estaban pensadas para mantenernos en la forma, y, así, no es posible saber el género de Café Society, último filme del viejo Allen: ¿comedia de saga familiar?, ¿crónica de los años 30?, ¿historia de amor con fondo de época? Las tres cosas juntas, y alguna más, pero prima, sobre el afán de decirnos algo (que es mejor Nueva York que Los Ángeles, por ejemplo), el afán de divertir, recurriendo a la infalible clave de la parodia; un género difícil, que requiere contención para que no se despeñe en el disparate, guardando un medido equilibrio entre la jocosidad y cierta verosimilitud, o sea, sacándole el jugo del humor a los perfiles de la vida misma. Un saber que estriba, sobre todo, en dar con la distancia: a la justa, ni muy cerca (en la que es tragedia) ni muy lejos (en la que se vuelve épica), la vida, sus secuencias y accidentes son de risa.