No encuentro mejor lugar para reflexionar sobre la estupidez humana que un atasco de tráfico. Perfecto espacio-tiempo para intentar indagar en el origen de las cosas, comenzando por la congestión misma que podría curarse simplemente con un poco de distancia, esa que mata las relaciones y los amores de verano, y que en la carretera le da a uno más fluidez que los yogures con Bifidus. La radio se contagia de la espesura en el asfalto: «sin acuerdo para la investidura de Rajoy», «el incendio que ha arrasado los montes fue intencionado...», «un tren descarrila en Galicia...», otra vez. Se impone una sesión de zapping en las ondas que dé algo de alegría a este penar a veinte kilómetros por hora. Y buscando la canción que sirva de banda sonora para un atardecer veraniego a través del limpiaparabrisas, Radio Marca irrumpe con un soberbio portugués haciendo unas declaraciones en las que comentaba que no sabe muy bien en qué país está jugando Xavi Hernández, puntualizando que no ha ganado ningún Balón de Oro y rematando la jugada sentenciado que, si él fuera presidente, se renovaba diez años. La caravana, en fin, avanza lenta, como las neuronas del portugués, y como las de las dos chicas que en el carril de al lado, se hacen un selfie y comparten su mala pata en Instagram poniéndole morritos al móvil y al volante y jugando a la ruleta rusa con la posibilidad de ser la causa de que el atasco que, aún lento, avanza sin pausa, se convierta en un accidente y en diez kilómetros de reflexión, ventanillas bajadas y niños preguntando cuánto falta.

Y para reflexionar, sobre todo, en qué demonios les pasa por la cabeza a aquellos iluminados amargados que llevan veinte días diciendo, desde el veintitantos de agosto más o menos, que se ha acabado el verano. Que me expliquen entonces por qué voy en primera en una autovía ya avanzado el mes de septiembre, pero no en la carretera de Campanillas comiéndome el atasco del Parque Tecnológico, si no entre Conil y Chiclana de la Frontera, pensando en esos cretinos, con la arena pegada a la piel y el sabor a libertad del salitre. Ahora sí, al menos para mí, el final del verano ha llegado y los estúpidos de julio y agosto siguen estando en su sitio.