La piel no se arrenda, el deseo no se adquiere. Sólo la pobreza, la soledad, el miedo, el hambre y otras necesidades básicas disfrazan su desnudo y lo abandonan a caricias turbias, a ese sexo emborronado con precio de turno y de salida. La prostitución que mueve en España más de 18.000 millones de euros al año, según el informe Los amos de la prostitución en España del periodista Joan Cantarero. Esa que todo el mundo critica y juzga en público, de frente y de boquilla, negando haber conocido su carne o desconocer sus perfiles más allá de las sirenas de los polígonos, de las luciérnagas rojas del célebre barrio de Ámsterdam, inevitable reclamo turístico, y las que ofrecen las fábulas impresas en flyers de parabrisas y en páginas traseras de prensa. «Chicas chinas. 18 años. Muy dulces. Griego. También domicilio y hotel». Anuncios cuya unidad supone más de 100 euros para el periódico nacional que lo publica. En total, son 15.000 euros al día que proceden directamente de las mafias que explotan a las mujeres, según denuncian las ONG y asociaciones que trabajan por los derechos de las prostitutas. Carne de buffet con copas para la clientela de un país, el nuestro, al que el Centro de Investigaciones Sociológicas lo catalogó de putero hace un par de años. El 24, 6% de los hombres reconoció haber tenido alguna vez en su vida relaciones sexuales con una persona a la que habían pagado por ello. Un porcentaje que, con toda seguridad, es más elevado y es, con bastante diferencia, el mayor de Europa.

Lo más preocupante es que la relación entre prostitución y clientes, a pesar de los avances en libertad sexual y en la manera de relacionarse a dos, a tres y en grupo, está aumentando como negocio. El secreto de su gancho pesca hace un año en las aguas de los jóvenes universitarios que, según el estudio Una aproximación al perfil del cliente de prostitución femenina en la Comunidad de Madrid, acuden en grupo a clubs de alterne como una forma de diversión en la que comparten una misma chica o echan a suertes quien se va con ella. Incluso existen datos que empiezan a ser alarmantes sobre la adicción sexual de jóvenes de menores 24 años enganchados a la pornografía y que gastan todo su dinero en prostitutas.

¿Qué empuja a estos chicos a considerar un juego su perturbadora adición? Águeda Gómez Suárez, profesora de sociología en la Universidad de Vigo y coautora del libro El putero español (Catarata), explica que buscan emociones diferentes, mujeres de distinto origen, prácticas especiales, un erotismo vinculado con la pornografía donde lo que excita y erotiza se suele vincular con una situación de dominio masculino frente a la mujer. «Para ellos es fácil mantener una relación de noviazgo, otra de ligoteo con alguien, e ir también de putas. Es como si tienes un iPad, un móvil y un ordenador». Esta atracción no sólo se produce entre los chicos como clientes. Sus efectos de «encantamiento» han generado, desde la crisis, una profesión temporal que igualmente aumenta entre mujeres.

Nadie escoge vocacionalmente la prostitución. Ni siquiera esas jóvenes que se esconden de sí mismas en ficciones de geishas de seda negra que reinan en hoteles de cinco estrellas y en restaurantes de lujo. Se calcula que en España el 80% de los altos ejecutivos de entre 35 y 50 años recurren a sus servicios durante la celebración de congresos y simposios. La mayoría no han entrado en el negocio para huir de la pobreza, sacar adelante a su familia o pagar a las mafias un pasaporte falso a una esperanza esclavizada. Su perfil vip suele ser universitario, manejan con soltura tres o cuatro idiomas, tienen una cabeza lo suficientemente cuadrada para saber lo que quieren y lo que no, y por supuesto un cuerpo en rústica de infarto. Existen webs como Globo Rojo Table Dance que proponen acompañantes a todo tipo de actividades: desde fiestas privadas en yates, eventos de negocios hasta en viajes o cenas. «Un sueño para un hombre que sabe cómo disfrutar de la vida», el eslogan de un servicio de limusina que incluye una modelo y un chófer desde 1.000 euros. No es extraño que proliferen agencias que, además de gestionar una apetitosa rentabilidad con profilácticas huellas fiscales, ofrecen una sofisticada formación de escort para chicas y chicos. Incluso, gracias a la geolocalización, existen aplicaciones como Pyros, creada por Marc Vañó, que sirve de tablón de anuncios a profesionales y empresas del sector del sexo: desde acompañantes, masajistas o bailarines de striptease a clubs de carreteras, cines con sesión X o sex shops.

La cara B son los programas que se abren para ayudar a las prostitutas. La red Hetaira que, siempre con el apoyo en sus chats de una psicóloga o una trabajadora social, permite comunicar experiencias, preguntar o dar respuesta acerca de salud, embarazos y pruebas de VIH. Una herramienta pionera en España, aunque con larga implantación en países como Finlandia. Este tipo de proyectos supone una ayuda a un colectivo siempre en tierra de nadie, estigmatizado, explotado e incomprendido, y que desde la orgía de los mercados ha incorporado de forma clandestina a muchas madres de familia que, como explica Lourdes Pazo, coordinadora del proyecto 'Vagalume' en Santiago, ejercen «en pisos y clubes de alterne algún día de la semana para poder llegar a final de mes». Una autoayuda que mantienen oculta en su entorno familiar y en su dolorida vergüenza personal.

No es fácil erradicar el problema de la prostitución. La educación, la cultura, las libertades de las que gozamos, no aseguran nada en estos tiempos enfermos en los que continúa siendo inexplicable que una madre y una tía exploten sexualmente a su hija por 50 euros, como han estado haciéndolos rumanas con una niña de 9 años llamada Denisa, en la localidad valenciana de Cullera. Tampoco que un profesor de Alicante capte por internet a menores para promover después relaciones sexuales a cambio de dinero. Mañana será juzgado por el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana de los delitos de corrupción de menores, inducción y favorecimiento a la prostitución. ¿Qué hacer entonces? Águeda Gómez propone que lo primero es acabar con el mito de que los hombres biológicamente tienen una sexualidad desenfrenada y que la prostitución cumple un bien social. «Eso es una falacia ideológica. En nuestra sociedad occidental se ha visto que en los países donde se ha legalizado la prostitución han aumentado las víctimas de trata, sin embargo, en los países en que se ha penalizado el cliente, como en Suecia, se ha reducido mucho. La prostitución infantil se incrementa en los países en los que se legaliza, al final beneficias al proxeneta y a sus negocios turbios le das una cobertura mayor para que campe a sus anchas».

Nadie tiene la respuesta exacta. La fórmula mágica para solucionar el problema. Ninguna política y su moral ha sido capaz de homogenizar una postura determinante frente a un viejo problema con muchos intereses y aristas. Tal vez las futuras prestaciones de la realidad virtual, que harán del sexo una experiencia onanista y de fantasía sin salir de casa, resuelva la situación. En esa línea, aunque de momento al precio de 9.000 euros, ya están saliendo al mercado del sexo los nuevos robots sexuales con inteligencia emocional, aspecto hiperrealista y personalización hasta el más mínimo detalle fabricados por True Companion y Real Doll, y cuya estrella es Roxxxy Gold, una amante de silicona y falso corazón latiente y eterno.

Lo que está claro es que no hay que dejar de insistir, como en todo aquello que suponga una defensa de la dignidad del ser humano, en que el único eco del deseo es la libertad de regalarlo y de compartirlo. Y ese intercambio no tiene violencia ni precio. Sólo aventura, placer y felicidad.