Uno, que cada día entiende menos lo que pasa (mundo, país, ciudad, barrio; y dentro y fuera, lo que roza su cuerpo y lo que interpela su alma), se refugia, como uno de esos eremitas antiguos lo hacía en el desierto o en una cueva, en una reciente antología de poesía china. Una evasión (y una purificación) en toda regla para dejar de tener que pensar en lo inmediato, que anda tan desasistido de razones, y de lo urgente, que nunca lo es y que por eso nos devora el corazón y nos arruina la existencia.

En uno de esos poemas un ave atrapada en una red logra escapar. En otro el protagonista, viejo y exiliado en los confines del Imperio, se seca las lágrimas en las mangas de su traje. En otro se vende un caballo y una rica capa para poder seguir bebiendo a la luz de la luna. En otro unos carros chirrían y cruzan pueblos cubiertos por la zarzas. En otro un calígrafo aprende cómo mejorar su técnica observando a una hermosa bailarina ejecutando la danza de las espadas. En otro un emperador ordenar borrar los caracteres de un memorial de piedra con guijarros y arena mientras su autor sabe que aquel desaparecerá de la memoria del mundo antes que sus palabras. En otro se habla de un dragón con forma espiral. En otro una tañedora de arpa consigue atraer la atención de un joven apuesto equivocándose a propósito de cuerda. En otra se alaba la droga taoista de la inmortalidad. En otro las huellas del paso de la amada han quedado cubiertas de musgo verde y ya no se distinguen. En otro alguien desenvaina su espada para cortar el río hasta que se da cuenta de que sus aguas están más afiladas y son más veloces que el arma. En otra un discípulo busca en vano a su maestro, que se ha adentrado en la montaña en busca de hierbas medicinales y cuya figura se ha disuelto en la niebla. En otro una mujer se queda toda la noche despierta mientras le cose un abrigo a su marido, que están guerreando contra los tártaros, sin saber si lo tendrá a tiempo o si le llegará estando él con vida todavía. En otro un hombre se lamenta de que la belleza de una mujer haya sido causa de su desgracia. En otro alguien piensa en alguien a la orilla de un arroyo mientras unas flores blancas flotan en su corriente. En otro el camino, en vez de ser recto, se retuerce en encrucijadas y recodos y eso desasosiega a quien lo recorre. En otro los monos aulladores y los grillos que cantan son la única compañía de un viajero. En otro se añora a un gran general que supo apreciar al poeta que le recitó sus composiciones.

Estos poemas suenan menos a chino que la realidad que nos circunda. Quiero decir que pueden entenderse (hablan de lo que somos, de lo que es un ser humano: pasiones y experiencias, sueños y deseos, paisajes y relaciones, búsqueda y misterios) mucho mejor que los telediarios, los periódicos y las conversaciones de bar. «Trescientos poemas de la dinastía Tang» escritos por el Literato Solitario del Estanque Fragante y publicados por la editorial Cátedra en traducción de Guojian Chen: actualidad eterna más allá del peso de la lejanía (una civilización, una cultura, una época, una sensibilidad completamente otras) y hermosas palabras para contarse a uno mismo los cuentos verdaderos que, a poco que siga latiendo en su interior, su espíritu le reclama.