Hace unas lunas tuve un día tonto. Para empezar, temprano, aún de noche, mi consciencia, que madruga menos que yo, me sorprendió observando las alturas, en plena actitud trascendente respecto del universo. Cuando compareció, aún desperezándose, mi cerebro andaba en plena efervescencia intelectual, tratando de vislumbrar la experiencia inversa, es decir, cómo sería la cosa si fuera el universo el que nos observara a nosotros. Fue un momento tonto. Empecé mirando hacia arriba, preguntándome por la «altura de miras» a la que irreverentemente se refieren los aspirantes al poder del Estado, y mira por dónde iba ya... Mi natural, que tiende a la trascendencia, terminó llevándome a deducir que donde yo veía eternidad estructurada, perpetuidad metódica, atemporalidad sistémica, infinitud meticulosa, el universo vería brevedad irresponsable, caducidad insensata, fugacidad irreflexiva, transitoriedad imprudente. Y casi lloro..., pero sonó el teléfono. Y yo por teléfono no lloro bien.

Después, mientras me desayunaba la prensa, un titular, me entró por la vista y me atravesó hasta la consciencia: Urge un debate urgente (sic), era el título del artículo que me agrió el desayuno. Se refería a los cuatro grandes partidos del escenario nacional y era un manido axioma que expresaba la obviedad tautológica en estado puro: exhortaba a los imparejables pares de la política a aparearse, pero ya, echando hostias... Urgentemente quise tirar el periódico por la ventana, pero la ventana del avión no me dejó abrirla. Fue otro momento tonto. Afortunadamente, cuando los ardores estomacales arreciaban volvió a aparecer mi consciencia que, aun adormilada, los puso en fuga. Mi consciencia es una herramienta multiusos que para sí quisieran Vitorinox y Leatherman...

Ya en tierra, incluso con el manifiesto adormilamiento de mi consciencia, vi de otra manera las letras del descerebrado que perpetró el artículo. ¿Para qué urgir a la urgencia?, me pregunté. Y mi natural, que tiende a la trascendencia, me llevó al exquisito Juan Ramón, cuando en Eternidades verseó «No corras, ve despacio, / que adonde tienes que ir es a ti solo». E inmediatamente deduje que el perpetrador del artículo no había leído a Juan Ramón Jiménez, porque de haberlo hecho no habría escrito ni el título. También inferí que los actores del artículo, los líderes de los cuatro grandes partidos, tampoco habían acudido a la llamada del ilustre moguereño, porque, de haber sido así, ha rato que habrían conciliado sus responsabilidades, sin renunciar a sus principios. En el aprendizaje de dialogar con nuestros adentros va de suyo el de desprendernos de la inflexibilidad doctrinal y el del fácil acercamiento conciliador. Francamente, que ninguno de los cuatro líderes estuviera en sintonía con Juan Ramón me despertó una profunda pena..., pero volvió a sonarme el teléfono. Y yo, por teléfono, no sé apenarme como Dios manda.

Finalizando la tarde recibí un correo convocándome a una reunión interturísticos. Cuando leí el orden del día sentí un escalofrío que me trasladó a las reuniones románticas de hace treinta años. Era un calco, especialmente en lo referido a la estacionalidad. ¿Querrá el destino, tal vez, que los profesionales de la cosa turística nos mantengamos atrapados en el tiempo como en El Día de la Marmota? Si cada sesuda reunión turística es un revival perpetuado, entre reunión y reunión, ¿a qué venimos dedicándonos las generaciones turísticas desde hace más de cincuenta años? Este también fue otro momento tonto, pero, felizmente, mi consciencia volvió a hacerse presente, esta vez visiblemente despierta. Y empujo a mi natural, que tiende a la trascendencia, a reflexionar sobre la «bicha turística», la estacionalidad:

El hecho estacional es el resultado de la interacción de cuatro variables: comercialización, especialización, volumen territorial de oferta y volumen global de oferta. Si comercialización, irremediablemente, implica estacionalización, ¿por qué llevamos cincuenta años erradicándola, aboliéndola, desterrándola, eliminándola... in crescendo? ¿Significa que comercializamos/ estacionalizamos mal, o significa que lo hacemos todo lo excelentemente bien que nos dejan las otras tres variables cuando interaccionan? ¿Hay actualmente demanda mundial bastante que satisfaga, simultáneamente, los índices perniciosos de estacionalidad del volumen mundial de oferta? Tomemos nota: no, no la hay.

El diapasón maestro que afina la estacionalidad turística sostenible es el diapasón de la oferta. Enterémonos. Y hagámoslo sin olvidar que, incluso en los días tontos y los momentos tontos, la historia del mundo (también del turístico) es la suma de aquello que hubiera sido evitable, según Bertrand Russel.

Y así terminó mi día aquel de hace unas lunas.