El ritmo de estos días, aún más si cabe, viene determinado por el movimiento. La urbe vive inmersa en la Semana Europea de la Movilidad con dos objetivos ambiciosos : la eliminación gradual de los coches diésel de las ciudades de aquí a 2050 y el desarrollo de una transición en base a unas estrategias de emisiones cero en los principales centros urbanos con vistas a 2030. Este acontecimiento nos acerca al reto de generar conciencia replanteando el paradigma de la movilidad y el modo en que programamos nuestros desplazamientos, mejorando de este modo la circulación de los coches, las congestiones de tráfico, los efectos de mayor contaminación y altos niveles de ruido, éstos asociados a una baja calidad de vida y consecuencias nocivas para la salud.

Para nosotros el movimiento es fundamentalmente el desplazamiento de una cosa en el espacio; no obstante, la misma acepción para los antiguos griegos es «toda modificación de un objeto o cosa». Por ello, el término actual más cercano a esta definición es la palabra cambio. Aristóteles determina el movimiento como «el paso de la potencia al acto» y distingue diversos tipos de cambio: «el accidental según la cantidad», en el momento que un elemento modifica alguno de sus atributos o características pero permanece siendo el mismo. Por ejemplo, la conversión del puerto de Málaga con el proyecto del futuro hotel de lujo de 135 metros.

La segunda pauta planteada por el polímata de Estagira es «el cambio sustancial», esto es, desaparece una naturaleza y da lugar a otra; caso de la destitución del portavoz del PP en el Ayuntamiento, Mario Cortés, por el concejal de Economía, Carlos Conde, «con un perfil más de búsqueda de consenso». Parafraseando a Bobby Fischer, lo importante en el ajedrez de la vida son los buenos movimientos. Así se hallen.