Morir por el sueño americano, por Francisco Javier España Moscoso

Todavía recuerdo la imagen de Bob Beamon con guante negro y puño en alto, mientras se entonaba el himno de los EEUU en las olimpiadas de México 68, en un claro gesto de protesta contra la segregación y el racismo que abiertamente se mantenía en una gran mayoría de estados de la Unión. Por el camino, atrapados por el patriotismo y la falsa integración que suponía ser llamados a filas por el tío Sam, la población de color se olvidó del problema racial sin percatarse de que solo eran unos jóvenes utilizados como carne de cañón en la infausta guerra de Vietnam mientras los blancos se escaqueaban de la contienda por la puerta de atrás. Lo peor de todo es que en los últimos 45 años poco o nada se ha avanzado en integración e igualdad y si alguien pensaba que un inquilino negro en la Casa Blanca iba a suponer un cambio en el tratamiento de la población de color, hispanos, etc., ya vemos que no. La semana pasada fue un niño con una pistola de juguete, ésta, un ciudadano cuyo delito fue tener un coche averiado en mitad de una carretera y, como rasgo común, su color; ¿dónde está esa idílica nación que tanto exalta los ideales de libertad y democracia? Mientras unos viven el sueño americano, otros mueren intentando sobrevivir al mismo.