Hoy de tarde empieza el otoño, pero ayer no hacía falta que lo dijera el calendario astronómico para saber, con un sol lánguido que se hacía notar lo justo e intentaba ser amable, una brisa tenue y apacible dando cuenta de que el aire estaba allí pero evitando molestar, el mar tendido y quieto, aunque mostrando su fuerza interna en los puntos en que hacía rompiente, y, sobre todo, una indecisión en la atmósfera que denotaba las escasas ganas de seguir tirando del verano, pero con tanta indolencia para sacar a escena al otoño que hasta avanzada la tarde no apuntó ningún indicio de estar casi en cartel, mientras la gente parecía estar a tono y cumplía cada uno su papel sin esforzarse más de lo justo, y, en fin, en el espíritu propio estaba ausente la habitual agitación, como si hubiera hecho novillos, para saber, digo, que el equinoccio, con su justicia distributiva, lo presidía todo.