En primer lugar, les deseo que estén disfrutando de unos días muy entrañables. Cuando nos resta poco más de un mes para que finalice el verano hay que olvidar el cansancio, la pereza, las penas y las morriñas y pongámonos al mundo y a sus malasombras por montera y caminemos por el paseo marítimo despacio, con alegría, por muchas razones, entre otras porque somos la envidia de medio mundo por poder disfrutar de este maravilloso clima en otoño. Al que no le guste, que pida hora para el psiquiatra; posiblemente necesita que le recompongan sus ganas de vivir. Es importantísimo actuar a tiempo, si nos dejamos ir ocurre lo de siempre. Mejor no mentarlo.

Antes de que se me vuelva a olvidar le envío un cariñoso saludo a Dª Vitorita, una dama paleña que tiene a bien leer todos los viernes mis crónicas. Ya ha releído tres de mis novelas y le han gustado mucho, a ver si los editores sueltan su malage y empiezan a editarlas. No es por nada, sólo por el gusto de verlas impresas en vida, porque, una servidora, ya ha cumplido tres cuartas partes de un siglo. Esto no me deprime, pero no lo olvido, a veces, me parece mentira. Cosas de ancianas.

Bueno, amigos, aunque para mí no ha sido una semana maravillosa, no me quejo, no porque yo sea sencillamente encantadora sino porque ¿de qué me valdría? De nada. Mi difunta suegra -a ella no le gustaba que le llamaran madre política- mujer inteligente donde las hubiera, decía que no había que exagerar, ni para lo malo ni, mucho menos, para lo bueno: «La virtud está en el medio. Ni hay que ser mala ni demasiado buena porque corres el peligro de ser declarada Tonta Nacional». Y si lo decía ella, les aseguro que estaba en lo cierto. Jamás conocí una mente más clara que la de ella y vivió más de un siglo. Ella sabe que la admiraba.