Para ver llegar el otoño me he ido a la playa, que siempre es un refugio. La playa de otoño es más amable, más habitable, despojada ya de la urgencia de quienes están obligados a aprovechar hasta el agotamiento agosto y su forzosa vacación. La piel del mar en otoño tiene otro azul, quizás dos tonos más frío, y tengo la sensación de que del mismo modo los turistas de otoño son también algo más fríos, más ensimismados, más solitarios.

Los turistas de otoño caminan absortos por la orilla desandando lentos las prisas que otros anduvieron antes. Los turistas de otoño están más solos, y por eso me fijo más en ellos. No puedo evitarlo, me despiertan mucha curiosidad los solitarios. Uno nunca sabe si esa soledad es buscada o impuesta, como en aquel poema de Pedro Garfias: «La soledad que uno busca/ no se llama soledad./ Soledad es el vacío/ que a uno le hacen los demás», y no puedo evitar sentir por ellos un poco de cómplice tristeza.

Los solitarios caminan despacio pero sin detenerse, fijan sus ojos en un punto y no miran a los ojos de la gente, como recomendaba aquella canción de los ochenta, tal vez porque nada esperan de nadie.

Gente sola mirando al mar, que también está solo. Y caigo en la cuenta de que la Humanidad entera está igual de sola. Nuestra vida va muy deprisa a ningún sitio, y en esa carrera solo se espera de nosotros que produzcamos y consumamos. Hemos ido haciendo, con estas premuras, un mundo intransitable en el que nos quedamos solos porque los demás no alcanzan siquiera a comprendernos, eso dando por hecho, que ya es mucho, que tengan alguna intención de entender lo que nos pasa, lo que nos angustia, lo que nos duele. Vivimos solos porque así es esta vida, porque hemos hecho un mundo de competencia e individualidad y eso, como todo, tiene un precio. Competimos, intentamos ganar un palmo de terreno cada vez, lograr lo que se supone que ansiamos, acercarnos a la meta que se nos exige, y vamos dejando por el camino cualquier cosa que pueda lastrarnos. Y de pronto nos encontramos una mañana de principios de otoño paseando solos por la orilla, siguiendo huellas que no reconocemos y que las olas borran enseguida, preguntándonos tal vez cómo hemos llegado hasta allí.

Los turistas de otoño son «soberbios y melancólicos, borrachos de sombra negra», que dijoq Machado. Tienen aire de metáfora, de alegoría de este tiempo paradójico. Quizás, mientras caminan, van soñando caminos.