Estaba claro que el hotel de lujo del puerto no provocaría indiferencia en esta Málaga de proverbial dinamismo y muy dada a despellejar cualquier proyecto urbanístico sea nativo o provenga de lejanas tierras como las de Qatar. Tenemos, por desgracia, numerosos antecedentes penales en esta ciudad en materia de urbanismo y parece que hay una cierta resistencia para seguir encajando nuevas piezas que completen el puzzle de una ciudad en construcción que ha encontrado en el turismo uno de sus ejes de crecimiento.

Málaga, como toda ciudad, es una realidad incompleta. Siempre lo será debido a que inexorablemente estará sujeta a cambios que permitan su transformación como urbe. Sucede aquí y en Miami. En Niza y en Melilla. Toda ciudad continúa, generación tras generación, evolucionando su perfil urbanístico hasta alcanzar una madurez que reclame terapias de rehabilitación para seguir con su evolución. Málaga tiene la suerte de que a principios de los años 80 'Los tres mosqueteros del PGOU de 1983': Damián Quero, José Seguí y Salvador Moreno Peralta, bajo la supervisión de José Asenjo y la guía espiritual del arquitecto Manuel Solá Morales dibujaron en un pequeño piso de la calle Cervantes el plan urbanístico que transformó, modernizó y marcó las líneas de futuro de Málaga. Aquellos tres jóvenes arquitectos ya se atrevieron a plasmar el Parque Tecnológico de Andalucía; la creación de Teatinos como gran barrio de expansión; el desarrollo y transformación de todo el litoral Oeste; el campus universitario en Teatinos; Parcemasa; la transformación del puerto; el túnel de la Alcazaba; el dar al Centro Histórico un plan especial de conservación y protección; dotar a los barrios de planes de infraestructura básicos... Todo un hito de una ciudad soñada que hoy en día es ya una realidad, aunque siempre estará incompleta debido a su necesaria evolución para incorporar nuevos elementos.

En 1983 abrir un debate en la ciudad sobre cualquiera de estos planes antes citados provocaría, seguramente, casi la misma reacción que vivimos ahora cada vez que en Málaga se presenta un proyecto como el del hotel de lujo en el puerto. El debate, la participación siempre es saludable, pero tenemos un gen urbanístico inoculado por la polaridad de nuestros políticos que provoca que terminemos asesinando uno tras otros proyectos que cometen el error de presentarse como iconos o emblemas de la Málaga futura. En estos treinta años hemos pasado de un desinterés extremo por nuestra ciudad a la participación extrema para reclamar qué uso habría que darle a un espacio y no hay malagueño que no tenga pintorreado en una servilleta cómo sería su parque de Repsol, el encauzamiento del Guadalmedina, los soñados Baños del Carmen, el gran parque del Campamento Benítez, el derribo o no del vetusto cine Astoria, qué hacer con la famosa Mundial y ahora si se debe permitir que se construya un hotel de lujo en la explanada del dique de Levante. Por cierto, todos sin materializarse. Además, con esto de los nuevos tiempos político que soplan, se ha introducido una variante como la de recurrir a las consultas populares y la participación, obviando lo fácil que es manipularlas, o que unos cuantos vecinos, como ocurre con el tranvía al Civil, sean los que decidan sobre un proyecto firmado y aprobado entre dos instituciones.

Este pernicioso debate es lo que le puede suceder al Hotel Suites Málaga Port, un rascacielos de lujo promovido por el grupo catarí Al Bidda y diseñado por el estudio de José Seguí que se alzará 135 metros junto a la terminal de cruceros del puerto, en el dique de Levante, y que tendrá 35 plantas y que parte con el inusual respaldo de todas las administraciones: puerto, Ayuntamiento, Junta de Andalucía y Gobierno central.

Fue presentarse esta semana en sociedad el futuro hotel de cinco estrellas gran lujo y ya ha despertado el recelo entre capas de la sociedad como en la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, que solicita la anulación del concurso convocado. Alegan del riesgo de que el hotel no cuente con la calidad suficiente para convertirse «en un hito arquitectónico» y que «sería mejor un equipamiento público con altura moderada que no afectara al perfil del frente litoral y mucho más integrado en el entorno». De La Malagueta, ni hablamos.

Otras ciudades, como Barcelona y otras tantas europeas, están viendo en sus puertos una oportunidad de desarrollo y la prevista modificación del plan especial permitirá situar en la plataforma de Levante un uso hotelero que potencie su reconversión urbana y turística. Esta actuación se ubicará, por tanto, en un lugar estratégico del puerto como para poder justificar su referencia con el recinto portuario y la ciudad.

El debate sobre si rompe la fachada litoral de Málaga es casi de baja altura, pues sólo hay que coger un hidropedal, ir unos metros mar adentro y girarse para contemplar la majestuosa fachada litoral que proyecta La Malagueta terminada en los años 90 sin grandes críticas por los que ahora se remueven en sus sillas. Precisamente, el hotel proyectado rebajó la altura permitida por el anteproyecto de la Gerencia de Urbanismo para guardar una relación y escala muy directa con los elementos portuarios ya existentes como las grúas o los grandes cruceros que atracan precisamente en ese lugar. Incluso esta propuesta contrarresta y equilibra ese desastre urbanístico de La Malagueta y dibuja un nuevo skyline de referencia en el paisaje de la ciudad junto a las «escalas» de las grúas portuarias y grandes cruceros a los que ajusta su altura en donde se ubica.

Diferente sería discutir su necesidad, pero pocas veces se presentan una oportunidad para ubicar en una zona tan lejana como la plataforma de Levante en donde, precisamente, se ubica la Estación de Cruceros, el atraque de los barcos y las grandes infraestructuras portuarias con una escala equiparable a la del futuro hotel.

Quizás lo que se pretende es mantener como skyline La Malagueta, las grúas, silos..., y dejar escapar una oportunidad para seguir encajando piezas en esta realidad incompleta que es toda ciudad.