El señor Tardà, portavoz de ERC en el Congreso de Diputados, me merece el mismo respeto que otros políticos profesionales. Ni más ni menos. Lo que no me gusta son sus ideas, que él es afortunadamente muy libre de mantener, igual que yo soy afortunadamente muy libre de no estar de acuerdo. Y no lo estoy.

Durante el último debate de investidura el señor Tardà lanzó un mensaje entre patético e insufriblemente paternalista dirigido a sus «hermanos valencianos y baleares» por el que se comprometía a no cejar hasta lograr liberarnos de nosotros mismos. Su idea es traernos un referéndum que nos permita votar a favor de un pancatalanismo (dominado por Barcelona) sobre el conjunto de eso que llaman los «Països Catalans» (?). Supongo que Perpignan y Montpelier quedan para una segunda tacada. Es pura dinamita y exige no callar ante tamaño dislate.

Confieso que soy parcial pues no me gustan los nacionalismos en general porque propugnan un regreso a un pasado idílico que ya no existe y porque siempre son expansionistas, como muestra el lío en el que nos metieron los nazis con los Sudetes y con Polonia y ya sé que estos eran nacionalsocialistas, que fue la versión más perniciosa de los nacionalismos. Y ojo porque en Europa central comienzan a aparecer grupos fascistoides, nacionalistas y xenófobos que nada bueno auguran. Y no me gustan tampoco porque son profundamente reaccionarios e insolidarios y por eso no logro entender la deriva nacionalista de algunos socialismos periféricos que les alejan de su identidad internacionalista y acaban alejándoles de sus desconcertados votantes. Los nacionalismos me parecen reductores y empobrecedores de realidades mucho más ricas. Me parece estupendo el amor por lo propio, pero es muy estúpido pensar que es mejor que lo del vecino. Qué le vamos a hacer, creo en identidades integradoras y que un pueblo, como una cultura, es más rico cuanto más bastardo y más influencias diversas logre integrar.

Pero el nacionalismo pancatalanista me gusta aún menos y se me ocurren varias razones para ello:

En primer lugar porque me aburre tanto lloriqueo y tanto victimismo. «No nos escuchan, no nos comprenden, se nos amenaza, se nos desprecia, se nos roba (sic)», decían en la última diada. Acaba uno harto. Y además no es cierto, aunque tampoco piense que el Gobierno esté tratando bien este asunto. Todo lo contrario.

En segundo lugar porque falsifican la historia y engañan a mucho incauto/ignorante. Gabriel Tortella recordaba hace poco en El País (21-9-2016) que «persiste la memoria de un pasado mítico, que los nacionalistas mantienen viva con diadas y desfiles a lo Nuremberg». Pero eso no hace esa ‘memoria’ más verdadera. En 1714 Cataluña no quería ser independiente sino que se equivocó de bando y apoyó al candidato perdedor al trono. Y pagó su error con los decretos de Nueva Planta que modernizaron el país, suprimieron impuestos interiores, unificaron la legislación e hicieron de Cataluña la región más rica de España gracias a que le reservaron todo el mercado nacional y las colonias americanas para sus tejidos. Vicens Vives, que no era extremeño, escribió que esta unificación política y administrativa «benefició insospechadamente a Cataluña».

En tercer lugar porque mienten descaradamente como ha puesto de relieve el magnífico libro de Josep Borrell (otro que tampoco es andaluz) Las cuentas y los cuentos de la independencia. El futuro de una hipotética independencia unilateral de Cataluña es la soledad fuera de Europa. Y a mí el modelo de Albania no me atrae nada. Es infame engañar al personal sobre esto. Lean el libro, vale la pena.

En cuarto lugar porque me hacen pasar mucha vergüenza cuando dicen sin rubor que actuar contra la ley es democrático. Es una afirmación que deja perplejos a mis amigos europeos y americanos. ¡Mentira! Ir contra las leyes, desobedecerlas, es algo muy antidemocrático en una democracia como la española. Igual que me hacen pasar vergüenza las romerías callejeras de un puñado de incondicionales pastoreados por el inefable Mas, acompañando a Homs a testificar ante los tribunales. Porque la ley es igual para todos y eso (lo siento) incluye a los catalanes.

Y lo de basar la pretensión de crear unos pretendidos Països Catalans sobre la base de la lengua y la cultura compartidas me parece de carcajada. Es como si a algún iluminado se le ocurriera inventarse unos «países castellanos» con Argentina, México, Colombia y una veintena más y tratarlos con paternalismo desde Madrid. No puedo creer que lo digan en serio, aunque de algunos fanáticos cabe esperarlo todo. Cuando Jordi Pujol presidía la Generalitat pronunció un discurso ante un grupo de ministros de países árabes, que yo acompañaba, que hubiera hecho las delicias de Serrano Súñer y otros de aquellos que iban por el imperio hacia Dios. Pujol habló de las hazañas de los almogávares y recordó que había un tiempo en el que los peces del Mediterráneo llevaban pintadas sobre sus escamas las cuatro barras «de Cataluña» (sic). Los ministros asistentes flipaban en technicolor. No me lo invento. Yo pasé mucha vergüenza ajena aquella noche.

Por eso, si algunos catalanes se quieren independizar por las bravas, allá ellos. Yo no se lo aconsejo porque fuera se está muy solo, hace mucho frío y se vive peor. Pero les pido que nos dejen en paz a los baleares en general y a los mallorquines en particular. Y de los valencianos mejor no hablar, pues su nacionalismo se ha construido precisamente contra Barcelona y no contra Madrid.