En estas postreras datas septembrinas, los días soleados del veranillo de San Miguel o del membrillo se entreveran con el verbo reabrir; esto es, volver a descubrir lo tapado. Mañana jueves se reinician las negociaciones entre la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta y el Consistorio sobre el protocolo para disponer las bases del proyecto de intervención urbana del río Guadalmedina, tras cuatro meses transcurridos desde la reformulación por parte del departamento autonómico del documento planteado por la Fundación Ciedes.

El río Guadalmedina constituye esa taciturna historia interminable que no halla consumación para lograr una veraz y sostenible integración con la urbe; una crónica cargada de cronología escrita entre los vaivenes de discrepancias entre las administraciones implicadas en la resolución y el cierre al fin de la denominada por muchos «cicatriz» de la ciudad. Una herida abierta hace décadas -años 80- la cual no ha encontrado hasta ahora un tratamiento integral e idóneo para su cauterio por parte de los «próceres-cirujanos», y debido a su extensión ha acarreado enrevesadas consecuencias socioculturales a los residentes de ambas riberas.

La relación Málaga-Guadalmedina ha tenido períodos de acercamiento y distanciamiento los cuales han supuesto la ardua tarea de someterse a la interminable espera para poder vertebrar la ciudad, marcada por el propio sino de río. El deseo es que con el proyecto de anexión urbana podamos transcribir de forma fehaciente su verdadero significado: «de la Ciudad». John Dos Passos nos advierte: «El único elemento que puede sustituir la dependencia del pasado es la dependencia del futuro». Por ello, se debe comenzar a construir ya el mañana del Guadalmedina. Así sea.