A estas alturas puede sorprender que algunos sigan haciéndose los escépticos del cambio climático, los que apropiándose de la incertidumbre inherente a la ciencia proliferaron hace unos años para frenar las políticas contra el calentamiento global, sobre todo en Estados Unidos. A estos deniers and delayers no les parece significativo que la capa de hielo del Ártico alcanzara en marzo su menor extensión en invierno desde que la NASA lo monitoriza por satélite. O que no haya ninguna duda de que los datos a medio y largo plazo indican la evolución al alza de las temperaturas, según el Instituto Goddard de Estudios del Espacio, que ha registrado este mes de agosto como el más cálido en los últimos 136 años.

Ahora, a pesar de que el Acuerdo de París ha sido ratificado por 60 países, entre ellos los mayores emisores de gases de efecto invernadero, China y Estados Unidos, 375 científicos han firmado una carta abierta para alertar sobre los graves riesgos del cambio climático, «presente aquí y ahora, en nuestro propio país, en nuestros propios estados, y en nuestras propias comunidades». Se refieren a Estados Unidos porque estos investigadores de la Academia Nacional de Ciencias se han visto obligados a aparecer para intentar contrarrestar los argumentos clásicos del negacionismo climático que se esgrimieron durante las primarias presidenciales desde el lado republicano -la Tierra no se está calentando o el calentamiento se debe a fenómenos naturales que nada tienen que ver con nosotros- y que tanto predicamento tienen en la sociedad norteamericana.

El país con más emisiones per cápita del mundo es hoy por hoy uno de los menos preocupados por el cambio climático y su impacto potencial, según una encuesta realizada en 40 países por el Pew Research. Este estudio también mostraba cómo las opiniones de los estadounidenses al respecto dependen de su ideología política. Solo el 20% de los republicanos cree que el cambio climático es un problema grave frente al 68% de quienes se definieron como demócratas. Por lo tanto, no son extrañas las afirmaciones de Donald Trump, el candidato republicano que pretende renegociar, como mínimo, los acuerdos de París y bromeaba con que el cambio climático era un cuento chino.

Seis semanas antes de las elecciones, con las últimas encuestas antes del primer debate televisivo dando a Hillary Clinton solo cuatro puntos de ventaja sobre Trump, 41% contra 37%, el miedo a que gane el republicano se siente en algunos sectores. Los científicos avisan de que un ‘Parexit’ (Paris Accord exit) haría mucho más complicado el desarrollo de políticas globales eficaces de mitigación y adaptación con efectos graves y de larga duración para el clima de nuestro planeta, mucho más que uno o dos ciclos electorales.

La postura de Trump ante el cambio climático podría considerarse una ‘extravagancia’ más dentro de su discurso basado en la polémica y el conflicto chusco orquestado al más puro estilo de los reality como estrategia de campaña. Lo mismo le da hablar de muros, terrorismo, refugiados o cambio climático. Pero ahí está y comprobado está también que las mentiras o barbaridades dichas para ganar elecciones o referéndums no tienen consecuencias para quién las dice sino más bien todo lo contrario.

Lo preocupante es que no son solo palabras. El candidato cuenta como asesor energético con Kevin Cramer, un congresista de Dakota del Norte, el estado que más petróleo y gas produce en Estados Unidos después de Texas, que se opone a las energías renovables, defiende el fracking y dijo que el cambio climático es «basura». Trabaja en un Libro Blanco sobre el futuro energético de Estados Unidos y podría ser nombrado secretario de Energía si el neoyorkino gana las elecciones.

Barak Obama he tenido muy difícil poner en marcha medidas contra el cambio climático como su ‘Plan de energía limpia’ con el que pretendía reducir las emisiones de CO2 en un 32% para 2030 en las centrales eléctricas y que está paralizado en los tribunales tras las demandas de 27 estados y varias compañías de la industria de los combustibles fósiles. Aunque lo cierto es que durante sus años de gobierno la producción y consumo estadounidense de gas y petróleo no ha parado de crecer, si Trump es presidente acabará con los impuestos y regulaciones para frenar el calentamiento en el segundo país emisor de gases de efecto invernadero del planeta en un momento en que una UE en crisis está siendo menos ambiciosa en la lucha contra el cambio climático.

Mientras el magnate sigue con su campaña, en algunos condados de Florida se preparan para afrontar la subida del nivel del mar y cinco científicos rusos han estado dos semanas acorralados por osos polares muertos de hambre porque su hábitat está desapareciendo. Vendría bien a más de uno pasar unos días allí, cerca de uno de estos carnívoros en peligro de extinción para convencerse de que el cambio climático no es un engaño o una conspiración, sino una realidad tangible.

*Mercado es directora del Instituto de Disciplinas Económicas, Ambientales y Sociales de la Universidad CEU-Cardenal Herrera