Quiero trasladarles en estas líneas algunas reflexiones como mujer y como política, creo que no está de más en un mundo en el que todavía hay muchas cosas que cambiar en este sentido. Porque si una mujer aparece en el escenario político las miradas se posarán en ella y pronto le llegarán piropos no muy afortunados en bastantes casos. Cuesta trabajo entender que una mujer tenga un puesto de relevancia política por su valía intelectual y profesional, ¿por qué?, me pregunto. Con frecuencia la respuesta la encontramos en frases al uso como «es muy amiga de», «se ha liado con», «la tienen para»… Esto pasa en nuestra sociedad, no en otros mundos perdidos en el universo.

Pero la verdad de las cosas es que, en mi caso y en el de la inmensa mayoría de las mujeres que estamos «en política», hemos dado el paso porque creemos en lo que hacemos, así de sencillo, como los hombres, ni más pero tampoco menos. Cuestiones tan elementales como que una señora pueda ser candidata a una alcaldía o un parlamento sin necesidad de haberse acostado con alguien creo que deberían estar resueltas en nuestras mentes desde hace mucho y, sin embargo, no son pocos o pocas los que no piensan con la cabeza. La mujer tiene voluntad, inteligencia y libertad para tomar sus decisiones sin necesidad del hombre, otra cosa será que en muchas estructuras de poder, en los partidos como en las empresas, haya más o menos facilidades para que la mujer llegue lejos.

Otro detalle, llamémosle así, que conviene aclarar es que si una mujer se dedica a la política y no es del todo fea esto no quiere decir, en modo alguno, que su intelecto sea corto, la inteligencia no es indirectamente proporcional a la belleza o al atractivo de las personas, es más, no tienen nada que ver, como comprobamos a diario; sin embargo, determinados tópicos todavía funcionan.

Lo cierto es que tenemos ministras, diputadas, senadoras, alcaldesas, concejalas, cargos orgánicos de relevancia y de sexo femenino, pero ¿cuál es el precio que pagamos las mujeres? Pensemos que hay concejalas que tienen tres delegaciones, presidentas de mancomunidades y portavoces en sus ayuntamientos, diputadas en el Congreso y concejalas en sus municipios, mujeres con cargos orgánicos y electos a la vez… y, como es lógico, la gran mayoría no renuncia a su vida privada, a sus hijos, a esa persona que te espera hasta tarde para darte ánimos y apoyarte, para llevar una vida de pareja más allá de la vida política.

Debo confesarles que yo me he fabricado un gran traje repelente de pensamientos negativos y todas las mañanas al levantarme de la cama es lo primero que saco de mi armario. El traje está fabricado con un bálsamo deslizante que consigue que todos esos comentarios machistas que, desgraciadamente, estoy acostumbrada a escuchar resbalen hasta el suelo sin tocar mi piel. En realidad, es como si me pusiera este traje para la práctica de mi actividad de riesgo favorita, ¿saben ustedes cuál?, la política, y mediante ésta trabajar para los ciudadanos, sin morir política y personalmente en el intento.

Coincidirán conmigo en que la vida es una carrera de fondo y la política también. Por eso, cuando ahora echo la vista atrás, unos tres años, y recuerdo todo aquello que me dolía y nadie lo notaba pues ahora me pasa casi inadvertido.

En política si eres mujer has de ser, necesariamente, fuerte, valiente e inteligente, y tenemos que demostrar cada día que tomamos decisiones y sabemos estar a la altura de las circunstancias. Además, somos especialmente observadas y eso implica que debemos cuidar nuestra imagen, nuestra forma de andar, de hablar…, así es.

Para aquellas que somos madres de familia, tenemos que demostrarnos a nosotras mismas y a nuestros hijos -que son lo más importante de nuestras vidas- que queremos estar con ellos y algunas veces no podemos. Una hora para nosotras es todo un gran esfuerzo que hacemos por amor y, paradojas de la vida, promulgamos leyes que pretenden conciliar la vida laboral y familiar de un modo real y efectivo. Pero ¿es así en nuestras vidas? La verdad es que no, vamos de reunión en reunión, a veces nos olvidamos de comer, de un acto pasamos a otro y cambiamos de interlocutores con una facilidad pasmosa, mediamos, consensuamos, hablamos por teléfono demasiadas veces al día a la vez que atendemos las redes sociales, establecemos estrategias, intentamos convencer… y todo sin olvidarnos de nuestra condición de mujer y, como en mi caso, de madre, que nos gusta cocinar para nuestros hijos su comida favorita y leerles un cuento al acostarles o escuchar sus batallas del cole al tiempo que pensamos qué traje vamos a ponernos mañana para, también, resultar atractivas.

¿Todo esto merece la pena? Mi respuesta es que sí, por nosotras mismas, por nuestras parejas y nuestros hijos pero sobre todo por nuestra sociedad. Soy positiva y sé que en unos años los piropos a las mujeres políticas serán: qué valiente, qué gran decisión, qué orgulloso estoy de que me representes.

*Vergara Follana es portavoz del Grupo Municipal de Ciudadanos en Torremolinos