En el XXVIII Congreso del PSOE (mayo de 1979, contexto de crisis económica) Felipe González, cuya tendencia al centrismo político era cuestionada por el sector izquierdista de la militancia, renunció a ser secretario general, impulsó una gestora controlada y retornó gloriosamente en un congreso extraordinario (septiembre del mismo año), ya con el partido alineado a sus tesis. Todo es distinto ahora en muchas cosas -la más importante: Pedro Sánchez no es Felipe González- pero que nadie diga que estos pulsos tremendos del líder, hasta hacerse con el control, no forman parte de la historia del Partido Socialista. Decir que ahora no se lucha por unas ideas sino por la simple supervivencia tampoco es decir mucho: la lucha por alcanzar o conservar el poder siempre es una lucha por la supervivencia, que se libra frente a otros que también lo quieren, cada uno con unas ideas como libreto.