Soy uno de los muchos que disfrutan con según qué sufrimiento ajeno, y si no, a cuenta de qué triunfan los vídeos de chinos atorados en tuberías o de americanos sobre un patinete dejándose los riñones contra las acera. Por eso reconozco sin ambages estar como un marrano en un charco con la desgracia del puño y la rosa, yo y todos los grupos políticos, amén de todos los socialistas de bien que esperan pacientemente en primera fila para ver desfilar los cadáveres de Pedro Sánchez, César Luena y Antonio Hernando camino de la cola del paro.

Pero existe una gran diferencia, yo no milito ni dependo de partido alguno, y tengo la libertad de reírme alto, muy alto, hasta el histrionismo desbocado, y a buen seguro que el hilo musical de Génova emite un descojono machacón en modo bucle que recorre todos los despachos como si se hubiera tragado a Miliki. Y a este respecto pongo letra a mi pensamiento de hoy tras la maniobra orquestal en la oscuridad socialista al estilo castellanoleonés de Oscar López en 2014.

Que los partidos tradicionales necesitan una regeneración hasta el tuétano no lo duda nadie. Los de rojo están aprendiendo a la fuerza, y los de azul aún disfrutan de cierto margen de maniobra, la poca maniobra que concede la alargada y persistente sombra de la corrupción, pues no son pocos los electores que votan al PP con la nariz tapada como mal menor ante el desmadre que suponen las otras opciones.

Supongo que Pedro Arriola, que lleva años moviendo los hilos desde la tramoya, ya se habrá dado cuenta de este nuevo escenario, y pobre de aquél que no quiera verlo, porque la paciencia, como todo, tiene un límite. El PSOE está en horas bajas, cierto. Tragando bocanadas de ridículo, seguro. Arrastrándose por el inframundo, fijo. Dimitiendo en bloque, también. Pero de esta crisis saldrá unido, fuerte y bajo un mismo y renovado timón, listo para presentar batalla como toda la vida y con las mismas artes de toda la vida, y si el PP nacional se duerme en los laureles por creerse socialmente aceptado cometerá el mismo error que la cigarra de la fabula. Antes o después el PSOE dejará de lamerse las heridas y pasará a velar armas mientras los juzgados van ultimando su lenta y pesada labor llevándose por delante al más pintado.

Todo lo que sube, baja y, según la ley de péndulo, sigue su inercia y vuelve a subir. Los del centro derecha están a la espera de su tercer aviso. Dos elecciones generales ganadas y ahí están, de brazos cruzados ante la imposibilidad de formar gobierno mientras en cientos de localidades como Marbella han perdido la mayoría absoluta en favor de tripartitos y demás Frankensteins municipales. Aquellos concejales tan guapos, tan rubios, tan engominados, tan inaccesibles, tan de escaparate, tan altivos y tan bien planchados ya no se pasean por la ciudad como el que recorre su cortijo; ahora se les nota un cierto aire de preocupación y pesadumbre, como el niño caprichoso al que han quitado su juguete favorito, preguntándose por qué. De hecho hay algunos que pasan los días sentados en una plaza, ensimismados al olor de una churrería, confundiendo la grasa de la vianda con la vaselina que antes repudiaban y ahora añoran.

Por eso la oposición debería ser como un retiro espiritual para hacer examen de conciencia, recomponer las piezas sueltas, coger fuerza y establecer una línea de acción intocable. Un lugar de paso en el que valorar pros y contras, asumir errores y capear el temporal reajustando el velamen. La cuestión es que los que antes estaban en la oposición, o que ni siquiera existían, han alcanzado cierta cota de poder para arañar la superficie dejando intacta la esencia del problema. Retirar estatuas, cambiar nombres de calles, erigirse adalides del pensamiento único, recorrer platós de televisión no implica la eternidad, ni siquiera la permanencia.

Este es el tablero, entre todos la mataron y España sola se murió. Unas reinas regocijándose a la espera, otros desplegando torres y alfiles, los menos quemando peones, y algunos fumando caballo. Olvidan que el secreto del ajedrez no radica en conocer las reglas, sino en mover cada pieza calculando todos los posibles desplazamientos del adversario. Como el flamante jaque de la ejecutiva del PSOE que nadie, ni siquiera los sesudos analistas y tertulianos, han visto venir.

Estén donde estén situados, los políticos deben ser conscientes de la finalidad para la que fueron elegidos: atacar, defender, o ser sacrificados, y en ello encontrarán la razón de ser de su estrategia. Aunque visto el nivel de nuestros representantes puede que nos resulte más útil el parchís. Por lo menos en cada caso de corrupción, o tras cada enroque suicida, nos quitaríamos inútiles y mangantes de veinte en veinte.