Se me ha metido Felipe en el artículo así, de sopetón, a las bravas. Yo quería escribir una columna lírica porque he comprobado que gustan, que tienen más y mejor lectura, pero siempre se ha debido uno a la actualidad y la actualidad tiene hoy la sonrisa con dientes cerrados, algo taimada, de Felipe González, el eterno.

Lo último que le faltaba a este hombre en su biografía era acaudillar un alzamiento. Después de ser el político con mejor marcha atrás de la historia española (para qué recordar lo de la OTAN, lo del abandono del marxismo, o lo del caso Flick, el primero de la larga lista de la corrupción española contemporánea, y la gravedad de los GAL, de Filesa€) ahora puede colgar la cabeza de Pedro Sánchez en su biblioteca, quizás al lado de la de Alfonso Guerra, si bien debamos reconocer que el pobre Sánchez, al lado de Alfonso, es caza menor.

González ha dinamitado el PSOE en el peor momento posible, que quizás sea el que más le convenga a él, ya veremos, y parece que todo esto tiene el único sentido de franquear («franquear», qué maldad tienen algunos verbos) el paso a Mariano Rajoy si vuelve a presentarse ante el Congreso.

Felipe nunca ha querido ser ese «jarrón chino» que una vez dijo ser, dedicarse a sus bonsáis, sus diseños de joyería, a vivir como el millonario que es, aunque dejara el consejo de administración de Gas Natural cuando empezó a ser incómodo todo ese tema de las puertas giratorias.

No me duele que se haya sentido defraudado, ya que él defraudó a tanta gente, quizás sea cosa del karma. La primera vez que en España se utilizó masivamente el «voto útil» fue cuando más de diez millones de papeletas le alzaron a la presidencia del Gobierno. Por aquellos días escuché a muchos comunistas de toda la vida decir que era preciso votar al PSOE porque España necesitaba un gobierno de izquierdas. Aquel cándido sacrificio supuso que los socialistas pasaran de 121 diputados en 1979 a 202 en 1982, mientras el PCE pasó de 23 a 4 y ya nunca más ha levantado cabeza. Sin embargo, la decepción de quienes esperaban un gobierno de marcado acento izquierdista no tardó en llegar de la mano de este político hábil en las artes del trile.

El tiempo dirá si no se le ha ido ahora la mano con el golpe, si quizás, usando cañones para matar mosquitos, no ha provocado un desastre del que tendrán que arrepentirse las futuras generaciones de socialistas. No está demostrado que todos los partidos se levanten después de haber sido bombardeados desde dentro, acción que, en realidad, se aproxima más al concepto de demolición.