Soy bastante suspicaz cuando de maniobras políticas se trata. Sin embargo, creo que cuando Pedro Sánchez le dijo a Felipe González y a otras viejas glorias socialistas que pensaba abstenerse en la segunda votación de la investidura de Rajoy, era sincero. No jugó a engañarles. Luego, algo hubo que le hizo cambiar de opinión cerrándose en banda a permitir la investidura de Rajoy.

Y he aquí lo que intuyo al respecto. La causa de este cambio está en Podemos y Pablo Iglesias. Comprobado el enorme batacazo que se llevó en las últimas elecciones y su gran fracaso en el «sorpasso» que los podemitas habían dado por descontado, Iglesias se dio cuenta inmediatamente de que la investidura de Rajoy era inevitable y que la jefatura de la oposición, que era y es objetivo clave para el futuro de Podemos, la ostentaba Sánchez. Su soberbia, provocando el fracaso de Pedro Sánchez en su intento de investidura del pasado marzo, la trocó por un hábil traslado a éste del virus de la soberbia, después de las elecciones de junio, con cantos de sirena para apoyarlo ahora y hacerlo presidente del gobierno, si intentaba de nuevo su investidura. Y Sánchez cayó en la trampa cambiando su declarada y prevista abstención por el no mil veces repetido a Rajoy. Las constantes llamadas de Podemos pidiendo a Sánchez que se mantenga firme en su «no» desde entonces es la mejor demostración de mi hipótesis.

Las ventajas para Iglesias eran todas, los riesgos ninguno. Si conseguía que Sánchez lograra los votos para su investidura, el gobierno del PSOE iba a quedar a merced de Podemos y sus más próximos aliados. Ya se encargarían ellos de ir fagocitando a los socialistas o achicharrándolos como la CUP está haciendo con Puigdemont. Y en caso de que no lo lograra, provocaría lo que sucede actualmente en el PSOE: lo deja al borde de la escisión o, en cualquier caso, sumamente debilitado máxime frente a unas eventuales terceras elecciones en las que conseguirá el ansiado «sorpasso».

Esto explica también el silencio de los «críticos». Conocedores del cambio de opinión de Pedro Sánchez y su bisoñez, decidieron que ya era hora de descabalgarlo de la secretaría general. No hicieron nada por cambiar las resoluciones del Comité federal que maniataban a Sánchez y esperaron a las elecciones vascas y gallegas para cargarse aún más de razones ante un nuevo fracaso electoral, y actuar contra él, como así ha sucedido. Y esta es la situación en los momentos que escribo estas líneas. Nadie de los «críticos» ha dicho claramente que está por la abstención en el que se supone segundo y definitivo intento de investidura de Rajoy, ante el temor a sus respetivos futuros políticos por la opinión de la militancia.

Pero el PP tampoco está ajeno a conspiraciones internas que el cemento del poder acalla facilmente. En este caso opino que es Rajoy quien maneja los hilos para evitar la emergencia de un eventual sustituto popular a la candidatura a la Presidencia del Gobierno, tratando de garantizarse su segundo mandato. Siempre será mejor para él estar al frente del gobierno ante los Púnica y Gurtel que se avecinan.

Voces han circulado diciendo que, si fuera necesario por el bien de España, Rajoy debería dar paso a otro candidato que no suscitara tanta animadversión fuera e incluso dentro de las filas populares. Y bien que se ha encargado él de anular las posibilidades de aquellos cuyos nombres han circulado. Así, consiguió que Feijó repitiera al frente de los populares gallegos; su abandono de la política, con el que amagó, hubiera sido un grave revés para el presidente popular; lo necesita como eventual delfín «in pectore». A Alonso lo ha mandado al País Vasco, alejándolo de Madrid en estos momentos claves. Cifuentes está bien ocupada en la comunidad de Madrid. Y a Ana Pastor la ha colocado en la Presidencia del Congreso.

Pero donde Rajoy ha mostrado sus mejores dotes conspirativas ha sido con el caso Soria. Yo no me creo que ni el partido Popular ni el gobierno en funciones no hubieran valorado las consecuencias del nombramiento de José Manuel Soria para el Banco Mundial y la subsiguiente escandalera montada. Pero el marrón se lo ha tragado De Guindos, no el presidente en funciones sin cuya «bendición» no se habría tomado la decisión. Con ello eliminaba a un último candidato que se barajaba como posible presidente de un gobierno tecnocrático «a lo Prodi» que facilitara la salida del pantano actual.

*Rafael Esteve Secall es miembro del Club Demos 78