Consumada la ejecución de Pedro Sánchez se discute sobre la forma en que un PSOE renovado encuentre la forma de garantizar, junto con el PP, un gobierno que sea grato a los mercados. La tarea es complicada porque se trata de explicar con un lenguaje de izquierdas la colaboración de hecho con una política de derechas. Y además urgen los plazos porque habría que investir a un nuevo presidente (con toda seguridad Mariano Rajoy) antes de fin de mes si se quieren evitar unas terceras elecciones. Pero no hay por qué dudar del éxito de la operación. Para ello, contamos con una extensa tropa de tertulianos, opinadores y politólogos dispuestos a convertir el agua en vino de la mejor añada tal y como dicen que hizo Jesucristo en las famosas bodas de Caná. «Hay que salvar al PSOE», truenan algunos editoriales. «El PSOE es imprescindible para la estabilidad de la democracia», se puede leer en otros que hasta no hace mucho dudaban hasta de su patriotismo. Falta hace. El espectáculo de la reunión del comité federal en la sede de Ferraz ha sido deprimente. Policías antidisturbios cortando el tráfico, racimos de periodistas con micrófonos y cámaras a la caza de alguna declaración, grupos de militantes jaleando o abucheando a los cargos que llegaban abriéndose paso con dificultad y un ambiente de excitación general que crecía o decaía según se filtraban rumores de lo que ocurría en el interior. En un momento determinado se dio por seguro que se habían producido agresiones entre los reunidos aunque luego se desmintió. Ya por la noche, se supo que Sánchez dimitía y se le pudo ver fugazmente cuando salía ocupando por última vez el coche oficial del partido, una escena que nos recordó la escapada hacia la cárcel de algunos famosos personajes. Que un debate importante sobre la línea ideológica de un partido se haya substanciado como una riña vecinal dice muy poco de quienes planificaron el golpe de mano. En algún medio pude leer que en el medio del tumulto fue audible la voz de una sollozante Susana Díaz gritando «¡Compañeros ya da igual, están matando al PSOE!», como quien lamenta la muerte inminente de la gallina de los huevos de oro. El PSOE renovado del posfranquismo (en cada renovación se orienta un poco más hacia su derecha) todavía dispone de una amplia nómina política y de una posición estratégica decisiva para el rumbo del Estado. Y conviene que aclare cuanto antes si va a convertirse en un partido de cuadros, en cierta manera al estilo del partido Demócrata norteamericano, muy conectado a los intereses de la élite financiera, o va a seguir contando con la opinión de sus militantes. Estos días se han oído muchas opiniones favorables a no contar con la militancia para decidir cuestiones de alta política en la certeza de que los pobres militantes no tienen formación bastante para entender de que va la cosa. Lo ha dicho un exalcalde socialista y exembajador : «El PSOE no puede ser esclavo de sus militantes».