Cuando entras en lucha con un atún debes tener en cuenta que estás ante un pez que mueve sus aerodinámicos 200 kilos a una velocidad media de 90 kilómetros por hora. El combate puede durar horas y entre quiebros, engaños, pérdidas de equilibrio, esfuerzos, la cervecita, amagos, tirar y soltar, el atún se clavará la afilada muestra de la forma más violenta y dolorosa, pero pocas veces se rendirá. Antes bien, dará todo lo que tiene ofreciendo una encomiable oposición y, cuando sienta que las energías le abandonan, sacará fuerzas de flaqueza y nadará lo más profundo posible, a toda velocidad, para partirse el cráneo contra el fondo marino. Morirá antes que entregarse.

La nave Rosetta, por su parte, finalizó su misión con brillantez la semana pasada. Este proyecto de la Agencia Espacial Europea ha estado más de 12 años navegando por el espacio, obteniendo datos útiles para la evolución científica, todo un logro tecnológico. Todo ese tiempo ha seguido, fotografiado, y estudiado un cometa activo a través de la sonda Philae, cumpliendo con éxito una de las aventuras más osadas que la unión de científicos europeos hubiera podido soñar. La sinergia de equipos e intelectuales ha terminado con la nave estrellándose contra la dura roca cuyos centímetros conoció mejor que nadie. Era imposible recuperarla, Rosetta nació suicida.

Estas dos heroicas muertes encarnan el nombre de mi columna semanal. Entre el sol y la sal, o lo que es lo mismo, entre el cielo y el mar, lo que viene a ser la tierra. En la tierra que pisamos tenemos un espécimen que ha peleado duro, con artes dudosas, pero duro. Me refiero, cómo no, a Pedro Sánchez, alguien que ha sido incapaz de pasar a la Historia con la nobleza de un atún o la programada disciplina de una nave espacial, un bicho y un cacharro en definitiva.

Y es que una cosa es caer a lo tonto Mairena, y otra muy distinta hacerlo como los tercios españoles en la batalla de Rocroi. Aquella muralla humana de impasible resistencia, como les definió la propia memoria enemiga, cayó con honor vendiendo caro el pellejo, dando hasta el último aliento, intentando lo inhumano y ensartando franceses hasta el agotamiento. Por eso, siglos después se recuerda su gesta en los libros. Mucho me temo que, en unos meses, Pedro Sánchez quedará reducido a respuesta de pregunta de Jordi Hurtado en Saber y Ganar: «¿Quién fue el secretario general que convirtió el comité federal del PSOE en un pleno ucraniano: A) Felipe González, B) Pedro Sánchez, C) Rubalcaba».

Sí señores, por fin se celebró el comité. Una intensa jornada a puerta blindada en la que dejaron a la prensa plantada en las aceras con decenas de micrófonos mendigando una novedad. Eché de menos que los medios dignificaran la buena labor de sus periodistas replegando huestes y negándose a ir de palmeros del cuadro flamenco, y más aún cuando algunos militantes mandaban a Instagram fotos del interior de la sede y otros comentaban en las redes lo acontecido, una crónica en tiempo real, de primera mano, como quien revienta la exclusiva millonaria de la boda de un famosete de tres al cuarto, o como las vecinas cotorras que radian los detalles escabrosos de una junta de vecinos desavenidos. Y los reporteros resignados a pie de actualidad, contando una y otra vez las veces que se abre la puerta, los conatos de violencia, los zapatos de fulanita o los chascarrillos del público presente y circundante. Todo para acabar asistiendo a una rueda de prensa sin preguntas. En fin.

Mientras tanto, el sábado caía la noche y llegaba el frío cuando el Julio César socialista recibió 132 puñaladas anunciadas. Unas profundas, con saña vengativa; otras de refilón, como sin querer, pero todas certeras, mortales de necesidad. Y a cada herida abierta respondían los centuriones Luena e Iceta con lagrimones como albóndigas de la abuela. Empatía de esclavo, supongo. Aunque la puntilla hubiera estado mejor a las cinco de la tarde, hora taurina, para exaltar con cierto tufo heroico la breve leyenda del caído. Ni en eso han acertado.

Al final del día entrevistaban a Miguel Ángel Revilla en La sexta noche, y el presidente autonómico cuenta que le ha llamado Sánchez para decirle que se presentará a las primarias. Revilluca, iluso, agradece el gesto y la confidencia, cuando en realidad Pedro, y toda la nación, sabemos que el cántabro es un megáfono incontinente y que horas más tarde salía en un programa nacional, así que le usa para enviar un mensaje a la militancia en horario de máxima audiencia tras el caos.

No estaba muerto, estaba de parranda.