Pocos verbos tienen tan amplio recorrido como sentir. Sentir expresa desde el dolor más prosaico hasta la divina compaña del mismísimo Dios hecho presencia. Sentimos compasión y odio, alegría y pena, frío y calor, hartazgo y hambre, placer y dolor... Sentirnos los dedos, los ojos, los pies, las orejas... nos ubica en nosotros mismos. Sentir, tanto acelera el corazón enamorado, como lo rompe en pedazos cuando el abandono llega. Sentir es el supremo adminículo de las sensaciones y las emociones, que sin él nacerían muertas. Sentir, en lo grosero y lo etéreo, es el verbo final, porque el corazón y los sentires, cuando llega momento, dimiten al unísono. Antes de sentir no hay nada, y después, tampoco, obviamente, con permiso del sintoísmo, taoísmo, hinduismo, budismo, jainismo, antroposofía, teosofía... y de sus principios de reencarnación, renacimiento, transmigración, palingenesia y metempsicosis.

Los grados de los sentires se miden mediante el sentímetro, un instrumento poco conocido, de altísima precisión. El sentímetro, tan perfecto que nunca falla, mide desde un leve dolor de muelas hasta el del duelo más profundo. Este cacharrito es un instrumento portentoso, como diría mi ínclito amigo Rafa de la Fuente, amanuense de la sabatina pluma de la memoria en este diario.

La primera persona que me habló del sentímetro fue mi abuela, y cada vez que se refería a él lo hacía extasiada y agradecida por lo que ella denominaba magia de Dios. ¿Por qué serán tan mayores los abuelos cuando nacemos...? Nos da tan poco tiempo para disfrutarlos y para aprender de ellos...

Mi abuela, que entonces era muy mayor, cuando se refería al sentímetro en realidad a lo que se refería era al audiolaterómetro, esa herramienta de medición auditiva que usan los otorrinos. Ella lo del medidor de sentires lo percibía a su forma. Cuando me lo refería, que no era poco, no lo hacía por carecer de otros elevados sentires, que los tenía -y muchos-, sino porque a ella lo que le fallaba era el oído. Ella sentía en la radio a Antonio Machín, con devoción, y a Elena Francis, con admiración. A mi madre nunca la sentía llegar, porque tenía andares felinos, según ella. A mí sí, a mí me sentía llegar de la escuela por mis pasos estropiciosos y por mi voz en puro grito. Por eso, según ella, lo que le medía su manera de sentir era el sentímetro y no el audiolaterómetro.

Los sentires turísticos, lamentablemente tan recónditos que hay gentes que llevan cincuenta años en el oficio y no saben que los tienen, son un hecho constatable. Y bien nos vendría a todos los implicados en el quehacer profesional y político del turismo someternos a chequeos rutinarios del sentímetro. Constatar periódicamente el nivel de nuestros sentires nos abriría los ojos, tanto a los de sentir turístico permanente, como a los de sentir turístico transeúnte, como a los de sentir turístico advenedizo. Sin excepción, a todos nos vendría bien conocer y reconocer el estado de nuestros niveles de sentires turísticos y vernos plasmados en la foto finish de nuestros actos individuales y colectivos, que a veces no tienen desperdicio. Los sentires turísticos nos ubican en el meollo de la mismidad turística, en presente cada vez.

En este sentido, merece especial aplauso la reflexión del consejero Fernández Hernández, que, a pesar de que sus sentires turísticos, transeúntes por su cargo, lo invitan a mantenerse en permanente equilibrio sobre el alambre de los oxímoron turísticos, ha sabido ver claro que «hay que organizarse para que quepa todo el que venga. Y no significa hacer hoteles». Yo, lo que él define como «organizarse», con su venia, lo ampliaría a «organizarse responsablemente», pero en cualquier caso, ¡chapeau consejero...!

Lo que no merece aplauso, me reitero, es el cariz de la Empresa para la Gestión del Turismo de Andalucía. De lejos y de cerca pareciere que el que debiera haberlo hecho hace mucho tiempo, aún no se ha puesto a ello. Me refiero a escuchar atentamente a Einstein y otros prohombres que de maneras distintas a lo largo de sus ejemplarizantes vidas expresaron la idea de que «no debemos pretender que nada cambie si nosotros seguimos haciendo lo mismo de siempre». Los corta/pega travestidos de novedad, en nuestra industria, solo demuestran que cuando los malos nos pretendemos buenos, somos peores. Medite sobre el asunto consejero. Se lo aseguro, no será tiempo perdido...